Relato – Árboles luminiscentes | Poema – Aliteraciones de la noche – Eliana Tomassini | Reseña – El Arte de la Fuga – Sergio Pitol | Frase robada – Jason Hribal | Bonus track
Árboles luminiscentes
Año tras año, después de tantas décadas es difícil que no perciba el fin de las lluvias y de lo que eso implica. Antes cuando era apenas un brote en el suelo, la energía que llegaba a mis raíces hacía que se agitaran mis hojas. El micelio subterráneo lo comunicaba, transmitían el mensaje uno a uno en la inmensa red, que desde lo más lejos detectaba la humedad de las montañas. El agua comenzaría a disminuir, todos difundíamos el cambio, había que reservarnos, desechar lo prescindible, descansar, guardar energía para la escasez de la sequía.
Así era al principio, y así es ahora, pocos sabemos que vivimos el reinicio del ciclo, unos cuantos nada más. La gran mayoría no lo lograron. Primero los fueron cortando, destrozarlos hasta mermarlos profundamente, después los arrasaron con fuegos perpetuos, envenenaron el agua y la tierra para matarse entre ellos, no crecía nada y lo poco que brotaba moría enfermo y deforme. Al final la sequía y las guerras perennes casi nos aniquilan. Algunos tuvimos suerte y la mayoría de ellos no. Los pocos de ellos y los pocos de nosotros estábamos solos en medio del árido vacío. Ellos siguieron muriendo, se destruían hasta que quedaron los más fuertes, y ellos también perecieron. Por mucho tiempo pensé que nos habíamos quedado únicamente nosotros, como los ancestros de los que sobrevivimos.
Cuando logras mantenerte aferrado a la tierra seca, la espera es larga y asfixiante, el cielo seguía cerrado y el suelo persistía envenenado, tampoco nosotros lo íbamos a lograr, hasta que no sé cuándo, pero hace tanto, el agua comenzó a fluir de abajo para arriba. Primero la humedad le daba esperanza a mis raíces, venas líquidas comenzaron a cruzar las profundidades, eso nos dio energía para esperar a que por fin el agua cayera del cielo, al inicio tímida y desordenada a veces rabiosa y en otras modesta; hubo que esperar tanto, hasta que se tornara cíclica, periódica. No como ahora, que es como antes de todo.
Hoy cuando terminan las lluvias, los nuestros debemos preguntarnos qué hacer con esos sobrevivientes nietos de los nietos, que como hojas se prenden a nosotros. Hay que decidir si seguiremos dándoles sombra en el día y luz por la noche, que los protege de los animales o de otros como ellos.
Cuando comenzaban a caer las hojas de los árboles luminiscentes, la luz que los protegía durante la noche mermaba y era el momento de migrar. En las últimas generaciones después del exterminio, sólo en dos ocasiones las hojas de los árboles desaparecieron totalmente, y con ello su período de estabilidad, siempre después de las lluvias.
Así que cuando las gotas dejaron de caer y los lechos de los ríos se encogieron, temían como siempre que los árboles no los iluminaran más, dejándolos expuestos a la negrura de la noche vigilante, medrosos trataban de continuar su cotidianidad, pero hacían previsiones ante cualquier cambio en el bosque que los rodeaba, al que habían acudido en busca de seguridad, de lo que no tenían certidumbre era sobre su fecha de caducidad.
Los primeros en perder su follaje y por lo tanto la luminiscencia, fueron los árboles de la periferia, alejados del asentamiento. Sus pobladores sabían que en poco tiempo el perímetro se reduciría y ese poblado que habían formado lenta y persistentemente se iría apagando, quedando al acecho de las adversidades heredadas después de la extinción.
Se formaron varios equipos, las leyendas cuentan que al buscar un nuevo bosque, no siempre llegan todos, y encontrar un sitio no era certeza de que los árboles mantuvieran las hojas y con ello la pervivencia de los exploradores.
Los grupos fueron partiendo uno a uno, pasara lo que pasara sabían que no se volverían a ver. Las colonias de árboles luminiscentes solo aceptaban, cuando así lo decidían al grupo originario, traer más pobladores invariablemente obligaría a buscar otro sitio. Al partir el primer grupo hubo abrazos, tristeza y mucho llanto, pero era la única estrategia que les había permitido salir adelante en los últimos días de la humanidad.
En esta ocasión a nuestra comunidad se le asignó la última decisión. A lo largo de los años, ellos formaron con nosotros el grupo más numeroso. Esto nos preocupa a todos, en lo profundo de nuestros anillos, en los más viejos, hay huellas de lo que pueden hacer.
Comenzamos a perder las hojas como en épocas ancestrales y la oscuridad inició su reinado. Ellos dieron paso a su partida, identificaron bosques lejanos, les tomará tiempo volver a instalarse, pero la decisión fue la mejor. Las hifas del subsuelo transmitieron el mensaje.
Conforme los exploradores llegaban a su destino, algunos no lo lograban, perdíamos nuestras hojas, y con eso sus esperanzas. En toda la tierra finita nuestra luz se fue perdiendo, y los nuestros entramos en reposo, para que la oscuridad inunde todos los rincones y mantengamos otro período de tranquilidad, que aún necesitamos para recuperarnos. Tal vez en el futuro, cuando las hojas retoñen y la luz reine nuevamente, por fin ellos hayan desaparecido.
Aliteraciones de la noche – Eliana Tomassini
I.
fumo y escribo
escribo y fumo
exhalo filamentos grises
que ágiles se deslizan
desaparecen en el aire negro
su cuerpo su forma
una fluidez de baile sentido
una destreza única para la huida
como este poema
mi garganta sabe
hoy entera la noche
abismo concentrado
solo cueva
énfasis
tinta
y tinto
II.
llega la noche
el día se queda
en alguna insistencia
algún insecto en la oreja en un
zumbido
la yema del pulgar repite su movimiento
suena el chasquido del encendedor
la llama por fin aparece
acerco el tabaco aspiro
el instante vivo
con su gracia de ser
y la astuta picardía
de nunca ser
poseído
III.
quién dijo que la oscuridad es
costumbre de la tristeza
si el mundo es evidencia
con su luz tanta
la crueldad no puede ser disimulada
tampoco los excesos de ausencia
si la infancia es la primera luz encendida
la misma que tanta se filtra
de a ratos ciega
y quema
El Arte de la Fuga – Sergio Pitol
Mi acercamiento a Segio Pitol se ha dado primordialmente a través de sus amigos en particular Juan Villoro, quien lo menciona con relativa frecuencia, familiaridad y respeto. En El Arte de la Fuga se entiende la referencia que se tiene al autor. Si bien es un caleidoscopio que integra ensayos, reseñas, anécdotas, un diario; todo ello tiene un hilo conductor, la erudición del autor que se derrama en cada tema que toca. No deja duda sobre su genialidad y maestría, así como su genuina relación y amor por la literatura, expresada en sus más refinadas formas, llenas de profundas reflexiones.
Siendo un cosmopolita y un intelectual consagrado, el libro se puede tornar denso, no por defecto del autor, sino por el desagradable capitalismo de la atención que nos ha ido cercenando la capacidad de apreciar las largas consideraciones que la vida merece.
Pero si rompen esa cadena, disfrutarán a una de las mentes mexicanas más importantes.
Frase Robada – Jason Hribal
A medida que nos vamos haciendo mayores, cualquier distinción entre la vida y el trabajo se va volviendo menos y menos visible.
Bonus track



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