Mi perra vida, la vigésimo sexta semana del año 2024.

Relato – Papá Münchausen | Frase robada | Poesia – Estar loco – Norberto Chavez Tapia | Reseña – Conferencia sobre la lluvia (con obra de teatro incluida) | Bonus track

Papá Münchausen

Este texto de ficción está basado en hechos reales. La historia y los personajes son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

La doctora Loma ni siquiera leyó el expediente, era la tercera visita del señor Valdés en cuatro meses. Una diarrea encarnizada tenía al paciente un día enfermo y el otro peor. Era duro ver al paciente con sus ropas escurridas por la excesiva pérdida de peso, y la piel adherida a los huesos, caminando encorvado con un bastón cuatripatas, mientras que su hija Isabel siempre tres pasos adelante, con un maquillaje y peinado que envidiaba la doctora, apresuraba al anciano que cada tantos pasos, separaba la mirada del piso para ver que, le faltaban varios metros antes de llegar al consultorio.

Las visitas se habían vuelto rutinarias, tras un carrusel de antibióticos y antidiarreicos, las cosas no terminaban de funcionar. La doctora Loma intentaba ser amable con el anciano quien sonreía con tristeza en los ojos, mientras Isabel como institutriz acotaba los comentarios, y no paraba de reprochar el tiempo que invertía en cuidarlo. Hasta ahí llegaba la sonrisa fingida de la doctora, se enardecía porque Isabel vivía de la riqueza paterna, hasta su puesto de burócrata en el gobierno, era herencia de las excelentes relaciones de su padre en sus mocedades. El reproche de la unigénita solía venir con la solicitud de una constancia que le permitiera ausentarse de la oficina por “problemas con la salud de su padre”.

El señor Valdés era conocido por su activa agenda sindical, así como por su gran facilidad para hacer promesas y amigos, tenía el don de caer bien tanto a los de arriba, como con los de abajo; con los que se enemistó casi al final de su carrera fue con los de en medio. Cuando tras vislumbrar que su hija no lograba mantener ni dos quincenas los empleos que le conseguía, decidió ejercer su tradición sindical y darle un puesto, cerca de él, donde su manto protector la defendiera.

La mayoría apenas le dirigían un forzado saludo a Isabel, bajo el infundado temor de perder su premio de puntualidad. Se pasaba ocho horas, ni una más y casi siempre menos, moviendo papeles de un lado para el otro en un acto de aparentar estar saturada de trabajo. El señor Valdés le pedía indistintamente a uno y otra, que por favor ayudaran a Belita, como llamaba a su hija, porque estaba muy ocupada, todos aceptando por milenaria sumisión la amable imposición.

Cuando el señor Valdés tuvo un terrible cuadro de diarrea que del hospital lo llevó a su casa para recuperarse, les pareció una bendición que Belita no estuviera en la oficina, a final de cuentas ya se habían repartido sus funciones y se ahorraban la fingida sonrisa cada vez que se les acercaba a pedirles un favor.

La luna de miel se terminó cuando se enteraron de que la recomendada, seguía cobrando su sueldo íntegro con premio de puntualidad incluido. Se formó una coalición inédita de todos los bandos antagónicos de la oficina, para quejarse de lo que se conoce como aviadores. Una tarde habiendo pasado diez minutos de la hora de salida, y para sorpresa de los mandos medios de la oficina, todos seguían trabajando o eso parecía, pretextando que se les había acumulado el trabajo.

Ya a solas, como chacales se acercaron a Claudia, la rodearon y le exigieron que fuera a casa del señor Valdés, ya que era la única amiga de Isabel, y bajo el pretexto de esa amistad, estaba obligada por la dictadura del godinato a confirmar que, efectivamente el exdirigente sindical era atendido por su hija, intentando así acallar los gemidos despertados por el oprobio perpetrado en la estable vida burocrática. Porque inútiles varios, pero aviadores pocos, era una violación a la carta magna del devenir burocrático.

Llegó apenada a la colonia gentrificada donde habitaban Isabel y su papá. Tocó el timbre, y tras un par de minutos que le estaban convenciendo de abandonar su papel de agente secreto, salió Isabel con un aspecto impecable como siempre.

– ¡Claudia! ¿qué haces aquí? qué gusto verte – le decía mientras abría la reja –, mi papá va a estar encantado por tu visita.

La llevó directamente a la habitación del señor Valdés. Al entrar, una tenue oscuridad, y un tenue olor a materia fecal le dio la sensación de asfixia, había utensilios de atención médica por todos lados.

– Acércate -le pidió con voz arrastrada el enfermo – ¿Cómo estás Claudia? ¿cómo están las cosas en la oficina?

– Le mandan saludos todos, lo extrañan – intentó responder con naturalidad, pero la mentira le tenía la lengua seca y se le adhería al paladar.

– Mujer, te estas muriendo de calor y de sed, traes la boca seca como perico, ¿puedes creer que yo tengo frío?, deja le pido a Belita que te traiga algo de agua.

– No se preocupe – respondió Claudia tratando de encontrar saliva para aclararse la garganta, mientras pequeñas gotas de sudor perlaban su frente. Tras un par de minutos en los que Claudia no sabía cómo afrontar los comentarios del señor Valdés acerca de su enfermedad, se hizo el indeseado silencio.

– Esta Belita que no viene, a veces se toma su tiempo – y le guiñó el ojo –, pero mira, apenas me dejó este vaso con agua y no le he bebido, toma un poco, no está fría, pero en algo te puede ayudar.

Claudia no sabía si era la penumbra, o el aire espeso, pero el ambiente la sofocaba, tras la insistencia del señor Valdés, aceptó y dio dos pequeños sorbos. El agua no la refrescó, sabía y olía a viejo, a enfermo, como todo en la habitación, y tras un par de pequeños tragos, desistió, una sutil náusea la invadió.

La puerta se abrió y la luz expulsó parcialmente el aire viciado, e Isabel se unió a la conversación, esa pequeña tregua le dio paz a Claudia, quien aún tenía la tarea de documentar fotográficamente la situación. Y en otro silencio incómodo, Isabel dijo ligeramente exaltada – ¿Por qué no nos tomamos una selfie?, seguro a todos en la oficina les dará gusto verte papi.

El señor Valdés se entristeció, pero aceptó con la cabeza, se sentaron una a cada lado de la cama y se tomaron la foto, que no representaba el olor a muerte que despedía el enfermo.

Mientras Claudia iba en el transporte público, los nervios la traicionaron, y el estómago se le revolvió, pero tras decenas de mensajes, envío la foto probatoria al grupo de WhatsApp de la oficina.

Nunca el reloj checador había tenido fila a tan temprana hora, nadie salía a buscar el desayuno, esperaban a que Claudia cruzara la puerta para abordarla.

Tras una hora de retraso, y al no responder los mensajes que le enviaban, decidieron marcarle, y tras decenas de intentos, finalmente respondió un hombre. Todos en silencio oían los monosílabos de su colega. La noticia incendió la oficina, Claudia estaba hospitalizada por una diarrea terrible que, con su diabetes mal controlada, estaba a punto de perder la función de sus riñones.

Tras un par de semanas y decenas de estudios, los médicos determinaron que la causa de que Claudia casi perdiera la vida era un agente infeccioso llamado Giardia, la había adquirido por tomar agua o alimentos contaminados. Al volver a la oficina la heroica visita a casa del señor Valdés había quedado en segundo término, todos estaban ansiosos por saber cómo un bicho microscópico casi la lleva a la tumba.

Arrojaban hipótesis basadas en leyendas efímeras. El enigma se tornaba indisoluble, nadie más se había enfermado en la oficina, y en casa de Claudia tampoco. Después de un par de días el descubrimiento de un amorío secreto entre el contador y la asistente del director, robaron protagonismo a la bacteria asesina.

No terminaba de mejorar, y dudando de las capacidades de los médicos, a Claudia se le ocurrió hablarle a Isabel para ver si conocía un especialista, aunque cobrara caro.

– Confío en que ya con esto mejore, no sé qué esta pasando, pero cada vez hay más casos de diarrea – le comentó la doctora Loma, mientras le entregaba la receta – le pido que se tome bien el tratamiento, aunque raro, se puede tornar un padecimiento crónico, así que no deje a medias el tratamiento – dijo a modo de consejo amenazador.

El comentario le despertó curiosidad a Claudia, y antes de salir del consultorio preguntó:

– ¿Eso que me dice le pasó al señor Valdés?

La doctora asintió involuntariamente mientras la veía extrañada.

– No puedo revelar datos de mis pacientes. Por favor no deje de tomar sus medicamentos – dijo a modo de despedida.

A las pocas semanas una trabajadora social, acompañada de un policía, tocaban a la puerta del señor Valdés.

– Buenos días señorita, recibimos una denuncia de maltrato al anciano y tenemos una orden para visitar a su familiar.

No supo que responder, ante su indecisión ambos visitantes entraron, se entretuvieron ampliamente platicando con el padre de Isabel, y antes de salir de la habitación preguntaron si podían llevarse una muestra del agua que contenía la jarra.

El descuido para con su padre habría sido motivo suficiente para una sanción administrativa severa, pero que, el agua estuviera densamente contaminada por Giardia, la condenó a dos sentencias, una por intento de asesinato contra su padre y otra por tentativa de homicidio imprudencial impuesta por Claudia.

A pesar del perdón otorgado por su padre, y el acuerdo extrajudicial con Claudia, el vetusto juez fue implacable, e Isabel fue sentenciada a permanecer algunos años en la cárcel.

La oficina hervía como hormiguero con azúcar, no podían creer, aunque en el fondo los satisfacía, que Isabel enfermara a su papá con la intención de matarlo, y se aprovechara para no trabajar mientras lo intentaba. Isabel se transformó en la persona más impopular por varios meses, tras los que Claudia recuperó su salud, el ánimo y su descontrol glucémico.

El señor Valdés extrañaba a Isabel, siempre había hecho todo lo posible por estar con ella el mayor tiempo, la adoraba como a nada, pero ahora estaba en la cárcel y no había manera de tenerla a su lado.

Había dejado de agregar a la jarra de agua los excrementos de las ardillas que jugueteaban en el jardín. Su salud comenzó a recuperarse rápidamente.


Frase robada


Estar loco – Norberto Chavez Tapia


Conferencia sobre la lluvia

Dada mi personalidad esteparia, considero que la convivencia está sobrevalorada, y que desear hablar con la gente, la mayoría de las veces suele ser un ejercicio estéril. Aunque no puedo negar que algunas veces los astros se alinean y el intercambio de ideas verbalizadas puede ser enriquecedor.

Pero si bien mi postura ante el diálogo es extrema, lo mismo ocurre con la mayoría de las personas cuando nos referimos al monólogo, un ejercicio complejo, harto estigmatizado (al ver alguien teniendo soliloquios, solemos decir “mira a ese loco hablando solo”), pero muy interesante.

En la mayoría de los casos los monólogos suelen ocurrir en nuestra cabeza, o al máximo en un diario, pero siempre delimitados por las fronteras de nuestros ojos.

En Conferencia sobre la lluvia, Juan Villoro hace un ejercicio interesante, crear una obra de teatro que es un monólogo, pero que pierde su esencia al tener un auditorio que, aunque en silencio es un receptor activo de lo que se dice, una caja de resonancia que transforma al monólogo en algo híbrido.

Esta simbiosis en hablar para uno sabiendo que no se está solo, es un experimento interesante que decanta ideas, y eclosionan emociones. Y justamente es lo que ocurre en esta delicada obra de teatro, escrita de manera impecable, en la que sus escasas sesenta y tres páginas de formato pequeño, la convierten en una bomba de hidrógeno, en la que cada página está llena de ingenio, creatividad y una estética admirable, si bien se lee rápido, se queda mucho tiempo dando vueltas en la cabeza con conceptos profundos y complejos que, solo pueden florecer cuando nos damos la oportunidad de acallar a los demás, y tenernos solo a nosotros mismos, para dialogar y discutir.


Bonus track

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