Mi perra vida, la vigésimo quinta semana del año 2024.

Relato: Correr lento es lo más difícil | Poesía: Más de lo que esperaba – Luis Paniagua | Frase robada | Reseña: El despertar de Lázaro – Julieta Pinto | Bonus track

Esta semana se celebró el día del padre, por lo que corrí ilegalmente la carrera, llevándome una extraña sorpresa, que les cuento en el relato de esta semana. También hay un poema de Luis Panigua sobre la contemplación y la vida. Le robe una frase a Edgar Allan Poe, y les comparto la reseña del libro El despertar de Lázaro de la escritora tica Julieta Pinto. Y finalmente un poema de descargar cultura punto UNAM sobre la aporofobia o miedo a la pobreza.

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Correr lento es lo más difícil

Apenas comienza a clarear por la ventana y el sol le avisa a Pecora (una de mis perras), quien no entiende ni respeta la semana inglesa laboral, que debe cumplir con su labor de mirarme fijamente al borde de la cama, para continuar lamiéndome el brazo, y dado su fallo en sacarme de mi aposento, en un brinco ya está husmeando en mi cabeza.

Apenas logro integrar de manera coordinada mis movimientos, me levanto, ya que nunca vuelvo a dormir una vez que saco a los perros a que descarguen sus excrecencias acumuladas durante la noche.

Consciente de la inconsciencia de estar despierto a las seis y media de la mañana en domingo, comienzo a ataviarme con mi uniforme de corredor. Este fin de semana sé que no habrá entrenamiento en la montaña. Se correrá el medio maratón del día del padre, por lo que estará cerrada una de las arterias más importantes del sur de la Ciudad de México, complicando así mi escapatoria al bosque. Me enteré demasiado tarde y no conseguí uno de los miles de dorsales que dan acceso a la carrera, a un poco de agua con electrólitos durante el camino, y un plátano a la llegada.

Mientras me preparo para salir a correr, no sé si acudir a la pista donde acostumbro, o infiltrarme en la carrera y aprovechar la infraestructura por la que no pagué, y correr con otros miles, en un tributo a los progenitores. Trotaba al sitio donde debo desviar y determinar el destino de mi entrenamiento, voy pensando que no es necesario exponerse a ser señalado como corredor pirata, además ni siquiera disfruto correr con gente, decido categóricamente que iré a la pista de siempre.

Apenas veo a las decenas, que a la postre serán miles de corredores, y olvido todos mis preceptos, y me incorporo a la carrera, la cual debe ir en su tercio medio. Sin planes ni expectativas, comienzo a correr gustoso.

No tengo ganas de correr los veintiún kilómetros, así que planeo mi regreso cuando lleve unos seis, o cuando vea a los últimos corredores del circuito de carrera.

Normalmente cuando participo en una competencia atlética suelo acomodarme en el medio, e ir remontando posiciones para intentar llegar en el diez por ciento inicial de la carrera, estrategia que generalmente me funciona. Pero en esta primera experiencia como pirata deportivo, súbitamente me encuentro en la parte final de los competidores, cuando a pocos metros veo en contrasentido, patrullas, autos de la organización y personal de limpieza, que a paso de tortuga vienen hostigando a los definitivamente últimos lugares de la carrera. Era la señal de volver, tragándome toda la vergüenza me crucé al camino de regreso, y en un instante me encontraba en un universo paralelo.

Es típico observar cómo los grandes deportistas, en este caso corredores de fondo, pueden recorrer las titánicas distancias en tiempos minúsculos, motivo por el que los envidiamos e idolatramos. Mismo motivo por el que compramos sus zapatillas, playeras, calcetines y relojes, siguiendo como conejos la zanahoria del consumismo, creemos ilusoriamente que vernos como ellos, nos hará más veloces.

Parece heroico lograr las hazañas de nuestros héroes de la velocidad, y cualquier atleta desearía contar con tan inhumanas prestaciones. Todos, o eso pensaba, al escuchar el disparo de salida nos exprimimos al máximo, para que al menos en nuestra imaginación lideremos la carrera, o siquiera ganemos unas posiciones con respecto a los otros miles, y aunque fatídicamente fallemos en todas las ocasiones, siempre lo anhelamos.

Ahora fue diferente, en el ejercicio de la ilegalidad deportiva, estoy literalmente con los últimos participantes, una tribu muy distinta a la que estoy acostumbrado. Lo primero que salta a la vista es que, parece el área más peligrosa de la carrera, más de uno tiene aspecto de encontrarse al borde del infarto, varias personas con declarado sobrepeso u obesidad que tienen tan malos hábitos alimenticios como técnica de carrera, le exigen lo impensable a sus rodillas que reciben las inclemencias de la gravedad. En estas catacumbas del atletismo encuentro a varios corredores llenos de canas, arrugas y años que, caminando o apenas trotando siguen su ruta infinita, de ese grupo una pareja de octogenarios, hacían lo posible por avanzar y platicar animadamente sobre sus experiencias deportivas.

Al irlos dejando atrás, identifico algunos invidentes con su guía, recibiendo apoyo por todos alrededor, algunas familias empujaban una silla de ruedas en la que llevan a su enfermo con discapacidad, él parecía que disfrutaba la experiencia, aunque los que lo impulsaban se observaban menos optimistas.

El escenario era de lo más variopinto, pero todos tenían algo en común, iban a ser los más lentos de la carrera, probablemente les tomaría casi cuatro horas cruzar la línea de meta, y buena parte de su recorrido sería bajo la amenaza de ser retirados por no poder terminar en el tiempo máximo permitido.

Todos ellos no tienen los genes, las condiciones físicas y sociales de los grandes corredores, pero lo que les sobra es una gran tolerancia al infortunio, así como un cerebro y autoestima férreos que no los traiciona. Irán como puedan, solo con la finalidad de llegar, aunque creo que no todos lo lograrán, no les importa una foto con un gran tiempo, ni mostrar su mejor figura durante la competición.

Esos últimos corredores tienen una motivación blindada, que rompe los estereotipos y la “lógica” de los deportistas. Tener las agallas para emprender una tarea que está destinada al fracaso y no desistir es de lo más loable.

Por eso creo que correr rápido es fácil, lo difícil es correr muy lento.


Más de lo que esperaba – Luis Paniagua


Frase robada

El año había sido un año de terror, y de sentimientos más intensos que el terror.

Edgar Allan Poe – Sombra


El despertar de Lázaro – Julieta Pinto

Bajo el sello editorial de Costa Rica, Firmamento, Julieta Pinto realiza un ejercicio ya explorado por Saramago, pero a modo de spin off. Ya que narra lo que pasa con Lázaro, si el de “levántate y anda”, que al parecer es un personaje bastante interesante, digno de contar su devenir, antes y después de su milagrosa y mítica resucitación, pero la historia se cuenta desde una perspectiva terrenal, holística y cruda. Desde estos cimientos se representa el sufrimiento que le condicionó una enfermedad que lo excluía de la sociedad, el estado post resurrección. Se explora el odio que a partir de ese momento le profesa a Jesucristo, o más bien su inacción antes de su muerte, para que así pudiese actuar de modo magnánimo una vez que Lázaro fallece.

No podía faltar la descripción de sus relaciones carnales, también frustradas por la divina gracia del Hijo de Dios, con Magdalena la que sin duda despertaba sus pasiones más profundas. Y no queda de lado la interacción con los apóstoles la cual tiene tintes de milenial incomprendido.

La premisa es lograda con estilo propio, y de manera menos pretenciosa que la de Saramago en su Evangelio según Jesucristo.

Aunque es una novela corta, se encuentra bien editada y escrita.

¡Los ticos sorprendiendo agradablemente!


Bonus track

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