Mi perra vida, la vigésima semana del año 2024.

Relato: Un día para recordar – Reseña: Un detalle menor – Poesía: Las buenas intenciones

Hay ocasiones que piensas que las cosas no pueden ir peor, pero para alguien sin duda si pueden, en esta ficción basada en hechos reales hablo de ello. Reseño un libro de la realidad Palestina llamado un detalle menor. Y para no perder la costumbre un poema de mi adorada Amalia Bautista. Además de una frase robada de un libro motivacional jejeje y algunas fotos sobre mi reciente triunfo en el trailrunning.


Un día para recordar

Este texto de ficción está basado en hechos reales. La historia y los personajes son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

La idea parecía razonable, tomar un vuelo por la tarde a Tijuana, programar la primera cita para renovación de la visa para Estados Unidos, y regresar a mediodía. Siguiendo el plan trazado a las cinco de la tarde esperaba mi vuelo, el cual comenzó inexorablemente a retrasarse hasta que tres horas después asumía que tendría que pedir mi cena a la habitación. El hambre ya entonaba notas graves cuando por fin las luces de Tijuana opacadas por una neblina musgosa anunciaban la llegada, que se frustró en tres intentos, y el poco intrépido piloto decidió que era imposible aterrizar, así que nos desalojarían en el paradisiaco y desierto aeropuerto de Mexicali después de medianoche. Sin posibilidades de conseguir un medio de transporte terrestre que me expusiera a las inclemencias de la delincuencia organizada, y pudiera estar a tiempo para entrevistarme con un gringo que determinaría la pertinencia de ir a gastarme mi dinero a su insípido pueblo.

 Me negaba a pernoctar en el aeropuerto y mientras algún Uber trasnochado se dignaba llegar, hablaba a todos los hoteles que había en el mapa, fracasando de manera rotunda en encontrar una habitación. Lo único que se me ocurrió es que me llevara al centro de la ciudad e intentar probar suerte. Lo más cercano a la suerte fue escuchar música, que misteriosamente sonaba a un jazz ecléctico, que me animó a entrar a un restaurante con un solo comensal, un cocinero que fungía como mesero, y el selecto conjunto de jazz, conformado por baterista coreana, bajista colombiana, guitarrista italiano y tecladista chilango, a los que el misticismo y algo de marihuana había hermanado en Chiapas. El cuarteto lo hacía bastante bien, así que tomé asiento y dado que el futuro era incierto, la única certidumbre en ese momento era que moría de hambre, tenía la oportunidad de probar la famosa comida china de Mexicali. Mientras decidía mi honorable cena, llegó una chica que claramente era adicta al jazz y seguramente a otros alicientes para el alma, saludó a todos con un grito propio de una swiftie. El cocinero también mesero trajo un abundante plato de arroz al colega de la mesa vecina y me preguntó qué deseaba cenar, no apetecía complicar más las cosas así que pedí el mismo platillo que vi pasar, y una cerveza.

Mientras intentaba encontrar mi lugar en ese universo, el dueño del plato de arroz me murmuró algo, apenas pude leer sus labios, habilidad de la que carezco, así que me acerqué un poco y con la cabeza insinué que repitiera la pregunta.

– ¿Me puede pasar la soya?

Me llamó la atención esa descolocada formalidad, y le entregué el frasco pegajoso. Al verlo reparé que salvo el arroz todo estaba fuera de lugar, mi presencia, un cuarteto heterogéneo de jazz, pero en especial el vecino de alimentos. Un hombre mayor que yo, con generoso abdomen, moreno acentuado por el sol, con unos cachetes que le colgaban como las ojeras, y unos lentes gruesos que acentuaban la tristeza de su mirada.

A partir de ese momento me distrajo la melancolía con la que miraba su plato, solo distraía la mirada para observar los extraños movimientos de los alocados jazzistas. Se tomó su tiempo para terminar el arroz que saboreaba como una hostia bendita.

El grupo decidió que sería la última canción, que coincidió con los últimos bocados, lentamente con abatimiento se levantó de la mesa, despidiéndose con un buenas noches, y fue directo a pagar la cuenta en la barra.

Al salir, tomó uno de los discos que llevaron los artistas y dejó los cien pesos de cuota de recuperación, se alejó y regresé con mi arroz, hasta que lo terminé y antes de pagar mi consumo pregunté si había algún lugar donde dormir. El cocinero también mesero habló a un par de hoteles que explicablemente no salían en el mapa, y me consiguió una habitación, a la cual me dirigí agradeciendo la música y pagué por el disco.

El vetusto hotel confirmaba sus canas con aparato de sonido mal empotrado en el buró, así que probé suerte y al ver que encendía coloque el disco para que me ayudara a terminar con uno de mis peores días en años.

Después de haber pagado la cuenta y gastarse los últimos pesos de su liquidación como vigilante nocturno, en su pasión por el jazz, Miguel se tomó su tiempo para llegar caminando a su casa en un barrio solitario, sabía que nadie lo esperaba desde que su esposa murió por COVID19. Sacó de la bolsa de la camisa un blíster con pastillas para dormir, se las habían contraindicado porque la cirrosis y los somníferos eran peligrosos, le habían advertido. Se puso una pijama ligera y la música a volumen bajo. Se sirvió un vaso grande con agua, mientras ponía atención en los acordes, tomó minuciosamente una a una las tabletas, tras dos docenas, había drenado el contenido del vaso, pasó a orinar, y se recostó en la cama siempre de su lado, subiendo un poco más el volumen.


Frase robada

Hacer algo muchas veces nos hace creer que nos hemos vuelto capaces. Tendemos a confundir familiaridad con habilidad

Sönke Ahrens – El Método Zettelkasten


Un detalle menor

Adania Shibli tiene veinticinco años como escritora, pero solo tres novelas cortas traducidas al inglés, manifestando así su interés por mantenerse unida a su raíz palestina.  Y su más reciente novela le había valido un premio en la feria de Frankfurt. Pero la situación entre Israel y Palestina, y la crítica de Carsten Otte fueron elementos para que los organizadores se retractaran de tal mención, desatando así una escalada de apoyo a favor de la autora, escalada tanto popular, como por la realeza de la literatura. Y de este modo se logró el efecto indeseado, darle gran publicidad a la novela.

Un detalle menor es una novela que se engloba en dos tiempos distintos, pero que comparten el mismo hilo conductor, hilo que no se resuelve y parece que no se resolverá, el conflicto entre Israel y Palestina. En la novela corta se cuenta la vejación de la comunidad palestina por el ejército israelí, siendo un primer suceso el detonante para una segunda historia que ancla la respuesta a ese conflicto, es decir la afectación de la comunidad civil.

Es una obra sin recovecos, pero que representa el crisol que implica la problemática, y que si bien es cierto representa solo una postura del problema, también es cierto que representa la visión de los más afectados. No creo que esto empuje a tomar partidos y posiciones radicales, pero si lleva a la reflexión.

Tan es así que la misma autora no ha emitido comentarios de ningún tipo ante el rechazo a premiar su obra, demostrando una resiliencia brutal.


Las buenas intenciones


Bonus track

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