Mi perra vida, la trigésimo segunda semana del año 2024.

Relato ficcionado – Aracnofilia | Poema – Manos frías – Anónimo | Reseña – El proceso – Franz Kafka | Frase robada | Bonus track

Aracnofilia

A muy temprana edad la madre de Benigno se preocupó por su extraña atracción a las arañas. Siempre que se escuchaba el grito de algún miembro de la familia, él acudía para ir en ayuda, no del ser humano, sino del pobre arácnido que tenía la mala fortuna de atravesarse en el camino de un habitante de la casa.

Aunque arropado por la justificada inocencia de la infancia, fingía recoger al bicho con un recipiente para no tocarlo, al llegar al jardín y ocultándose de la mirada de los inquilinos, acercaba su dedo a cada una de las ocho patas, se tocaban a modo de tácito pacto. Benigno se alegraba cuando la araña daba un salto al pasto, imaginaba que su extraño amigo sonreía al alejarse del peligro que implicaba la humanidad colonialista invasora de su hábitat.

Con el tiempo se pasó del miedo de su madre por el infundado temor de que lo fueran a picar, a la burla con dejo de verdad de que el primogénito profesara su amor por la clase Arachnida. Hasta la definición prejuiciosa y profética de las mujeres que frecuentaba en su adolescencia y adultez temprana.

– Ay mi’jito pura araña panteonera traes – le decía su madre después de que la última pareja de su hijo salía de la casa.

Entre broma y broma, todo se normalizó, ya sólo le gritaban para que fuera al rescate de alguna incauta araña, que él acudía a salvar. Y solo veían desfilar de vez en cuando a alguna mujer oscura y enigmática que lo acompañaba.

Después de una serie de recortes de personal en la empresa donde trabajaba, y un nuevo ajuste amoroso, Benigno estaba exhausto. Su pavoroso apetito se fue alejando pausadamente, el cansancio no lo abandonaba es más lo doblegaba, y antes de las nueve de la noche ya estaba en cama, para sorpresa de todos (los pocos) que lo conocían. Aumentó su irritabilidad e intolerancia, mientras su peso corporal se reducía.

Al inicio algunos amigos, después su familia más cercana, y finalmente Benigno estaban convencidos de que algo estaba mal, y entre sus fabulaciones de doctor hibridado con gurú de autosuperación personal, se autodiagnosticó con burn-out, básicamente la vida moderna lo había llevado al borde del colapso.

Siguiendo puntual los consejos de su autor favorito Jon Kabat-Zinn, sorprendió a sus empleadores pidiendo por primera vez en lustros, tres semanas de vacaciones, advirtiendo que se desconectaría y dejaría apagado el teléfono celular. Al inicio pensaron que era parte de su retrasada crisis de los cuarenta, pero cuando vieron que cerraba todos sus perfiles en redes sociales, lo comenzaron a tomar en serio.

Por supuesto su madre lo tomó demasiado en serio, y cuando supo del plan de irse las tres semanas a la montaña totalmente desconectado del mundo, le dio un ultimátum, si no quería contacto con el mundo lo respetaba, pero al menos se llevaría un teléfono básico para hacer y recibir llamadas en caso de urgencia, o en caso opuesto se la llevaba a su retiro espiritual.

Tras contudente argumento el siguiente paso de Benigno fue acudir a la tienda de conveniencia más cercana a comprar el teléfono más económico y menos inteligente que tuvieran. Así con la desilusión de su madre, y otros tantos libros en su maleta, tomó su auto y tras cientos de kilómetros se instaló en un bungalow aislado de todo y de todos.

Tras algunos días se comenzó a sentir más relajado, algo de luminosidad comenzaba a invadir su estado de ánimo, aunque el cansancio y el apetito no mejoraban. Una tarde después de cenar, recostado en la cama, sostenía un libro y cabeceaba intentando terminar por tercera vez el aburrido párrafo, hasta que el cansancio lo venció y se quedó profundamente dormido.

El cielo se oscureció rápidamente y los relámpagos advertían la violenta tormenta que lo tomó desprevenido y en medio de la nada, solo el granizo le dañaba la piel, corrió lo más rápido posible al amparo de un árbol inmenso que impedía el paso de la lluvia. La fuerza del agua cayendo con gruesas gotas hacía que algunas hojas viejas cayeran sobre su cuerpo empapado. Un ligero cosquilleo en su piel lo hizo voltear a ver sus brazos, y eran plumas negras que caían de la copa del árbol, la sensación en su piel era más intensa, un relámpago súbito partió el árbol en dos.

Se despertó súbitamente con el corazón latiéndole en el cuello, volteando a ver sus brazos se tranquilizó al ver una araña, colorida, aterciopelada, que elegantemente bajaba por su brazo en dirección a la mano derecha y a la pierna donde la apoyaba.

La observó por unos segundos, mantenía una respiración superficial para no espantar a su compañera de pesadilla, lentamente fue separando su mano hacia la cama, para dejarla caer con delicadeza sobre la cobija, dubitativa tardó en separarse por completo de la mano de su protector, con sigilo Benigno se levantó y fue a la cocina por un recipiente para transportar a su nueva amiga al inmenso jardín que le rodeaba.

Al regresar al dormitorio, la araña apenas se había movido, con amoroso cuidado la impulsó, y sus ocho patas obedientes apresuraron el paso para entrar en el recipiente.

Benigno se aseguró de que su compañera estuviera bien acomodada, sonrió satisfactoriamente, se acercó a la puerta, con la mano libre, le costó abrir el cerrojo, dejó de ver a su amiga arácnida para esforzarse con el cerrojo, que tras un par de segundos le permitió la salida. El recipiente estaba vacío, alarmado se quedó con los pies fijos en el suelo, no la fuese a pisar accidentalmente, la buscaba con ansiedad, no había podido ir muy lejos. Tras varias decenas de minutos, se dio por vencido, no había rastros de su protegida.

El teléfono se descargó de las decenas de llamadas sin responder que le hicieron a Benigno, cuando tras varios días no se comunicaba con nadie.

Él mantenía su rutina, se despertaba con cuidado apenas la luz del alba rosaba la ventana, observaba que ninguna de sus amigas arácnidas estuviera cerca, se sentaba al borde de la cama y después de un par de minutos; grandes como tarántulas, microscópicas, patonas, aterciopeladas, grises, negras, multicolores; ascendían a través de sus brazos, era una carabela humana que transportaba arañas, con ellas salía a recorrer el jardín húmedo y floral.

Una mañana se cumplió la profecía y no encontró nada que comer en el refrigerador. Trató de dejar a su tripulación en casa, cambiándose de ropa para poder tomar el auto y bajar al pueblo para abastecerse de víveres. Apenas se cambiaba, sus inseparables comenzaban a subir por el pantalón hasta volver a tomar sus posiciones de viaje. Tras dos infructuosos intentos, asumió que tendría que ir con todo su séquito.

El dependiente de la tienda del pueblo miraba sorprendido al joven desgarbado, mal vestido, con el pelo y la barba revueltos, moviéndose lentamente entre los anaqueles, como si la atmosfera fuera densa y no se pudiera desplazar con naturalidad, evitando el contacto con la gente. Benigno se acercó lentamente a pagar, siempre mirando por sobre sus ropas.

– ¿Se encuentra bien joven? – dubitativo le dijo en la caja cuando iba a cobrarle.

– Sí ¿cuánto le debo? – seco le respondió Benigno.

– ¿Beni-boo? – preguntó admirada una mujer que estaba en la fila esperando pagar.

En una fracción de segundo la cara de Benigno fue de terror, sabía lo que se avecinaba. Claudia, su mejor amiga de la secundaria se acercaría peligrosamente a abrazarlo, sus arañas iban a morir aplastadas.

Tanto Claudia como el dependiente vieron sorprendidos cómo Benigno manoteaba sin sentido, alejándose y salía rápidamente de la tienda, gritando que no le hicieran nada, que no lastimaran a sus arañas.

Después de una semana extraviado su familia no se daba por vencida, mientras que la policía local había cedido en los intentos de encontrar a Benigno. Su madre y su hermana se habían mudado temporalmente al pueblo donde se estuvo hospedando, pero las lluvias les impedían seguir buscando en el bosque.

Una llamada del hospital las despertó en la madrugada, habían encontrado a Benigno en el ducto del drenaje. Por los hallazgos de la necropsia, la hipotermia fue la causa de muerte, pero también encontraron un tumor cerebral, un gliobastoma multiforme, que más temprano que tarde lo mataría. Por la región donde se localizaba el tumor, el médico les preguntó si no habían notado algún comportamiento extraño en últimas fechas, o incluso alucinaciones.

Madre e hija se voltearon a ver recordando el incidente que les contaron tanto Claudia como el dependiente sobre el comportamiento de Benigno y la historia de las arañas.


Manos frías – Anónimo


El proceso – Franz Kafka

Ya me había intentado acercar a la obra de Kafka, pero probablemente sin las herramientas o los móviles adecuados, pero en esta ocasión so pretexto de preparar la escritura de un próximo y dilatado cuento de ciencia ficción, es que me acerqué con mas conciencia a este genio. Fue una gran experiencia leer “Kafkiano” para lograr embeberme en la serie de principios y argumentos que critican y analizan a una sociedad absurda y enajenada.

La historia de una persona que es sometida a un kafkiano proceso “legal” sirve como telón para apreciar la maestría narrativa de Franz Kafka, así como el mordaz ingenio que permite alucinar en esos edificios absurdamente surrealistas.

Adicionalmente creo que para el tercer mundo no es una historia tan descabellada, lo absurdo se integra con la lógica y la realidad, haciendo que esa última sea más irrisoria que cualquier ficción.

Solo se necesita un distanciamiento racional para darnos cuenta de lo inadmisible que es la realidad.


Frase robada


Bonus track

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