Relato – ¡Me fui! | Poema – En la arena húmeda de la playa – Ricardo Albillos | Reseña – Aquella orilla nuestra – Elvira Sastre | Frase robada – Juan Villoro | Bonus track
¡Me fui!
Habían pasado semanas desde la última vez que tuvieron un encuentro. Los juegos habían seguido la misma rutina, al final ambos buscaban saciar lo que la distancia y la realidad les arrebataba.
Ella estaba sobre él. Lo miró fijamente, y en una pausa de la imaginación, le encontró la mirada y se la sostuvo, como una espada contra otra. Ella solo asintió un par de veces con la cabeza, a modo de pregunta, él igualmente asintió despacio dos veces, dándole permiso.
Ella movió sus manos de la sabana para acomodarlas con cuidado, mientras se balanceaba sobre su pelvis, no quería dejarle ninguna marca en el cuello, tampoco lastimarlo, solo cortarle temporalmente el flujo de sangre, llevar su cerebro a ese momento en el que deprivado de oxígeno le potencia el placer, a ambos.
Primero la presión era superficial, para valorar si estaba en la posición correcta, superado ese paso, sus manos se contraían con más fuerza, mientras sentía más presión en su pelvis, no sabía si a causa suya o de él, pero aumentaba con cada segundo que sus manos se mantenían aferradas al cuello. A pesar de que sus sentidos estaban enfocados en lo que ocurría entre su pelvis, lo miraba atenta, esperando ese preciso momento en que se mantiene la excitación, pero se defiende la promesa de cuidarlo en cualquier momento, nunca pactaron una palabra de seguridad, él confiaba que ella sabría cuando detenerse.
Al final soltó el cuello, el cerebro se le inundó de oxígeno y de placer. Continuaron su danza otro poco, mientras seguían amándose, recuperaban fuerza y de ser posible lucidez.
Lo volvieron a intentar, la misma liturgia, o al menos así lo pensaba ella. Tal vez la excitación le movía a querer llegar más lejos, tocar esa peligrosa frontera de placer, que amenaza con caer a un abismo negro, frío y sin fin. No pensó que estuviera presionando más, o incluso que fuera más tiempo el que lo sometía. Tal vez cerró los ojos, aunque sabía que estaba prohibido dejar de tener contacto visual con él, pero pudo ser un parpadeo de gozo que se prolongó demasiado.
En un segundo, aún sabiendo que podía seguir con sus manos envolviéndole el cuello, su cuerpo perdió la fuerza, las manos de él que tenía sobre sus nalgas, al mismo tiempo que su mirada, su boca, sus mejillas, dejaron de concentrarse en el sexo. Él estaba en otro lado, la había abandonado, pero su cuerpo seguía ahí, sus ojos y su boca perdidos, observando al techo o más probablemente al infinito.
Aún encima de él, pero sin moverse, alejó sus manos del cuello. No podía dejar de verlo, era otro, incluso otra persona la que estaba debajo de ella. Hasta ese momento podía estar tranquila, lo observaba, se enamoró efímeramente de ese otro que se encontraba vagando en una pausa del tiempo, del mundo, de la realidad.
El segundero se dilató, solo podía seguir admirándolo, más allá del cuerpo hermoso que tenía debajo de sí, se había transformado en su obra, y le dieron ganas de llorar de gozo, era una transición entre el cuerpo y el espíritu, y ella era su artífice. La inundó la culpa, ¿cómo podía apreciar la belleza de eso que estaba ocurriendo?
No estaba orgullosa, ni satisfecha, ni poderosa, solo se sentía responsable, toda la humanidad le pesaba en sus manos, que antes en el cuello de él, ahora la sostenían apoyada en la cama.
Él le había entregado todo y ahora le había dado algo más que su cuerpo. Continuaba admirándolo a pocos centímetros de su cara, ese espacio entre los dos apenas era invadido por la respiración de ella.
Presentía que esa pausa cósmica llegaría pronto a su fin, el enigma sobre si la realidad colocaría la frontera a sus espaldas o un paso delante de ella, sería lo que se impondría.
Él sin parpadear mirando hacia el fondo de la creación, contrajo involuntariamente la garganta, una y otra vez, sus ojos muy sutilmente dejaron de ver a la punta del cielo, y en una mágica metamorfosis intentaron verla, sus ojos la encontraron, pero no la observaban; ni sus pensamientos, ni el corazón, ni su pelvis sabían que ambos seguían ahí.
Cerró sus párpados, tras un segundo eterno, sus ojos empañados la vieron.
― !Me fui!
Le dijo con una sonrisa rota.
En la arena húmeda de la playa – Ricardo Albillos
En la arena húmeda de la playa
has escrito unos signos que, lentamente, el agua
ha ido borrando: apenas se distinguen ya
nuestros nombres ni aquella fecha del calendario.
Sí, te conozco desde los días remotos
en que con repentina seriedad nos amamos,
al mismo tiempo con furia y con abandono.
Absorbidos ante el mar, nos queda lo vivido,
igual que un fuego que todavía calienta.
Frente al cansado sonar de las olas,
percibimos aún más los días fatigados.
Con el paso de los años reina entre nosotros
la voz de cada una de nuestras soledades.
Pero no hay vergüenza en todo lo que hemos vivido,
ahora que sobre nuestros nombres en la arena
el mar deja una estela rosa y blanca
y nos ciñe mansamente la luz del sol,
al tiempo que mudas se dibujan nuestras sombras,
igual que siluetas a punto de ser borradas.
Aquella orilla nuestra – Elvira Sastre
Ya había hablado de ella cuando reseñé su novela Días sin ti, y a pesar de no ser el tipo de escritura que más me apasiona, algo tuvo que, me llevó a encontrar su blog aficionado de poesía, donde encontré cosas muy interesantes, unas declamaciones en Youtube que incluí en el podcast de este proyecto. Así que a final de cuentas si me impacto más de lo esperado. Ilusionado por la poesía de su blog, la cual me parecía mejor que su prosa, me prestaron Aquella orilla nuestra, libro de poemas cortos (en su mayoría), tal vez incluso aforismos románticos, el cual está ilustrado por Emba.
El libro es bonito, pero es lo máximo que se puede obtener de esta obra, me parece que la aproximación poética es bastante limitada, incluso tímida, y sin la frescura y pasión de otros de sus poemas. Cuando me lo prestaron, fue bajo la advertencia de que después de leer este libro, Mario Benedetti parecería un poeta maldito, consejo fatídico que se cumple a la perfección.
No negaré que me gustan bastante otras de sus obras en prosa y verso, pero sin duda este libro no cumple esa expectativa. La escritora tiene sus altibajos, pero sugiero explorarlos y como todos los humanos tenemos momentos buenos y malos, este libro no es precisamente uno de los buenos.
Frase robada
El mal clima favorece a los que se adaptan al lodo y el desorden.
Juan Villoro
Bonus track


