Mi perra vida, la quincuagésima primera semana del año 2024.

Relato – La cena que no se tuvo | Poema – Parecés un ciego – Edmundo Retana | Reseña – La cabeza de mi padre – Alma Delia Murillo | Frase robada – Irene Vallejo | Bonus track

La cena que no se tuvo

A menos de una semana de festejar (seamos agnósticos o devotos creyentes) el amasiato del simbolismo católico y capitalista (dicho sea de paso, ambas corrientes han tenido consecuencias catastróficas), y después de sortear con sobrada impericia eventos sociales a propósito del fatídico destino del año, se acerca la peligrosa y crispida cena de navidad.

En esta afamada reunión hay que hacer malabares logísticos, emocionales y morales para lograr lo que durante la ignorancia primigenia parecía natural.

De niño (por cierto la mejor etapa de mi vida al momento) y en mi temprana adolescencia (preámbulo de la debacle de mi felicidad) era genuinamente grato ver a tus primos, salir a jugar a la calle, desvelarte con autorización, comer chatarra sin miedo a las consecuencias en mi glucosa, triglicéridos y colesterol; y por supuesto algún presente producto de la buena voluntad de alguna tía con aspiraciones gringas que, en lugar de llegar con el quinto postre de la cena, nos traía regalos insulsos muy bien adornados, detalle que dotaba de cierta emoción a la llegada del “niñito Jesús”, personaje mítico a quien tanto el futuro como el pasado la vida no ha tratado bien, hasta transformarlo en video viral del “pasito perrón”. Efigie vengativa a la que hemos responsabilizado de catástrofes chilangas.

En esos memorables encuentros de veinticuatro de diciembre, lo que menos me importaba eran las cosas de adultos e incluso todos los adultos, no había espacio en mi alma y pensamiento para considerar si mis tíos o mis padres se habían separado, si a algún otro pariente le habían detectado alguna enfermedad a consecuencia de sus excesos o del exceso de años, y lo más importante, mi apreciación de la realidad llegaba a la línea de familiares que estaban sobre la mesa, degustando manjares y destrozando argumentos endebles.

Todo parecía una película feliz, al estilo de Luis Buñuel, pero feliz. Al máximo mi madre en su extremo realismo (que por cierto después mutó a realismo mágico) nos decía: “hay niños pobres (como si nosotros no lo fuésemos) que no tienen que comer, y ustedes desperdiciando la comida”. Esa contundente pero ineficaz aproximación a la alteridad se agudizó profundamente con los años.

Hoy llevado el extremo el realismo maternal, entre mis tristezas, están aquellas y aquellos que no tendrán cena de navidad, por falta de patria o de patrimonio, porque este mundo se empecinó en deshacer el finísimo estambre de su tejido social que apenas los sostiene. Millones de niñas y niños que a diferencia de mi anhelada niñez deben estar deseosos de que esta vida avance lo más rápido posible y los saque, de algún modo, de esta brutal realidad. Todos ellos que cuando pequeño me eran invisibles, ahora viejo y cobarde no hago nada para que alguien pueda pasarla mejor.

Es cruelmente absurdo que en estas fechas, mientras participamos activamente en la interacción digital (que a veces es mas intensa que la presencial) hacemos ganar millones a quienes les sobran; y que no exista un mecanismo igual de adictivo y eficiente, salvo la fuerza de voluntad a la que le urge ir al gimnasio, para dar un poco de alegría a quienes les hemos robado como sociedad.

Todo este periplo de tintes lúgubres que confirma las sospechas sobre mi personalidad navideña siempre asociada al personaje icónico protagonizado por Jim Carrey, aunque prefiero se me asocie con el protagonista de la novela de Charles Dickens, no por mis fabulaciones de escritor, sino porque carezco de gracia como para ser parte de una comedia navideña. Estas palabras que, por supuesto buscan robarles la sonrisa por unos minutos en estas fechas tan hilarantes, se detona por una persona sin hogar, un señor que “cuida” los autos donde me estaciono para ir a correr los viernes.

Lo he visto experimentar cambios de personalidad, cortes de pelo, modificaciones de peso y pocos cambios de ropa, ninguno de ellos hacia la mejoría. En mi rotunda cobardía no he intentado conocer más de él, a pesar de la tentación de indagar a detalle su historia y plasmarla en este medio, la asimetría de condiciones me hace sentir como un invasor de su coraza de sufrimiento, así que no voy más allá de saludarlo cordialmente, y darle unas monedas más de lo que normalmente haría, confirmando la injusta aproximación que tengo con mis semejantes, esta vergüenza siempre me revuelve las tripas, aunque parece que no lo suficiente como para hacer algo más.

Sé que un poco de ropa y un poco más de dinero para que compre algo de cenar, o lo que sea que le dé felicidad, no resolverá su incierto futuro. Pero espero que la vida le dé una pausa por algunos minutos; y yo seguiré pensando que eso y nada es lo mismo, pero en fin. Esta historia como las que aquí se vierten tampoco tiene final feliz, lastimosamente esto no es ficción.


Parecés un ciego – Edmundo Retana

Parecés un ciego

tocando las puertas

como quien toca el silencio.

Parecés un ebrio,

rencoroso,

al que le crece la ternura

como una ponzoña.


La cabeza de mi padre – Alma Delia Murillo

Buscando enmendar mi deuda con mujeres escritoras mexicanas contemporáneas, una colega me prestó este libro, que cuando en su contraportada leí que, era la historia de un road trip, el anglicismo puso en alerta máxima mi fábrica de prejuicios.

Eso o tal vez que ese era el estilo, hizo que los primeros capítulos de una historia que parece autobiográfica, pero nunca hay que confiarse de las escritoras y escritores, hicieron un poco difícil el avance, pero conforme pasaron las hojas y las horas, ya que literalmente lo leí en una tarde, fui conociendo de Delia las partes de su vida que comparte con su familia, incluso algunas perversiones musicales. Y entonces a partir de ese momento la narración que hace sobre la búsqueda de su padre que los abandona, y las peripecias para desertar del godinato y dedicarse a su pasión y vocación literaria, hace que nos vayamos entrometiendo en ella, su sentir y su pensar. Este proceso ocurre siguiendo una transición bastante amable, que permite, apuntalado por una estructura dócil, entrar a una vida que comparte con millones de hogares que tienen la ausencia de un padre y de los recursos económicos elementales, pero una amalgama de amor en sus diversas vertientes, que llevan al lector a las antípodas del desasosiego. Por lo tanto, mi acto de contrición fue una grata sorpresa.


Frase robada – Irene Vallejo

Narramos, escribimos y leemos porque hemos fabricado la fabulosa herramienta del lenguaje humano.


Bonus track

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *