Mi perra vida, la décimo sexta semana del año 2024.

Esta perra semana me devané los sesos pensando los motivos por los cuales se desplomó un helicóptero en el sur de la Ciudad de México, ya me dirán su opinión. También fue víctima de mis robos José Agustín con una frase de su libro El Rock de la Cárcel. Mijail Lamas nos deleita con un poema sobre la complejidad de la vida. Y como suceso histórico digno de mención les dejo el último episodio del podcast que grabo con mi hermano, que fue sobre un poema de Vicente Huidobro y la película Relatos Salvajes, la cual sirvió de inspiración para la historia del helicóptero. Y en el bonus track una foto de Pecora que parece que no rompe un plato, otra donde están destruidas después del entrenamiento a paso alegre, y finalmente el regreso de Macchiato a las calles después de casi dos meses de recuperación post quirúrgica.

Ahí te lo encargo

El policía de seguridad le pidió a la cajera si podía bajar la cortina de la joyería, porque la orina le taladraba la ingle y tenía que ir corriendo al sanitario. Fátima apretó el botón que activa el mecanismo para que la cortina de acero protegiera los relojes, collares, y anillos que esperaban a sus futuros dueños en la plaza comercial Antara.

Apesadumbrada de un día de pocas ventas y mucho tiempo de estar de pie, observaba comoel cierre de la puerta principal inauguraba las dos horas de camino para llegar a su casa en el sur de la Ciudad de México. Se agachó detrás del mostrador para recoger su mochila, al incorporarse dos estruendos sacudieron los cristales de la joyería, en pocos segundos se regaron vidrios por todo el interior del establecimiento.

Fátima intentaba encontrar las llaves de la salida de servicio para escapar, pero junto con recipientes de plástico para su comida y algunos cosméticos las llaves insistían en esconderse de sus dedos ansiosos, no deseaba ver qué estaba pasando, solo rezaba para la llaves aparecieran, desesperada vació el contenido en el suelo, hincada apartaba sus pertenencias. Por unos segundos el ruido de la ventana cedió, pero ella se afanaba en la búsqueda de sus llaves, cuando logró identificarlas se levantó para salir corriendo.

El Pichón, o pinche chino panzón, se había hartado de que lo estafaran en cada puesto de ropa en Tepito donde lo contrataban. Así que con sus tres palabras de español le dijo a uno de los cargadores que llevaba las pacas de ropa robada, que le presentara a su jefe, decía que el era bueno para lo golpes no para las cuentas. El Pichón cayó bien por entusiasta, y al cabecilla desechable en turno la pareció simpático que el chinito tuviera el valor de pedirle ser uno más de los esbirros que se requieren para arrear el ganado de vendedores en el barrio bravo. Pero antes tenía que demostrar su valía, la novatada sería acompañar al Sarna, a quien el vitíligo y la vida lo traían muy aporreado, ya había perdido dos cargamentos de ropa, así que tenía que dos opciones, enmendaba el camino o lo iban a desaparecer tarde que temprano. El Sarna conocía a un agente de seguridad que cuidaba una joyería exclusiva y tras la promesa de una parte del botín, les había confiado sus vulnerabilidades y proveería de una oportunidad para hacer el atraco. Al Sarna le reventó el hígado que le adjudicaran la novatada del Pichón – ese cabrón ni ve bien por esas pinches rendijas- decía.

Al ver que el amigo del Sarna salía de la joyería corrieron con los mazos a golpear las ventanas, de cada lado se oía maldecir a uno en chino y al otro en español, hasta que se vencieron los vidrios y pudieron entrar, sin pensarlo comenzaron a meter en sus mochilas todo lo que se encontraba en los aparadores, tras vaciarlos el Sarna apuró al Pichón para ir a las joyas del mostrador. Se detuvieron en seco cuando vieron la espalda de Fátima levantarse, les habían prometido que ya no habría nadie en la joyería. Por un segundo el Sarna dudo, finalmente decide lanzarse para someterla, justo antes de tomarla de la cintura para tirarla al suelo, se oyó un balazo, -chingale vamos pelalnos – le dijo el Pichón al Sarna, que se levanto del suelo y alcanzó a saquear las últimas cajas del mostrador, empujando a Fátima con un balazo en la cabeza.

Cuando llevaron el botín al cabecilla desechable en turno le dijo – pinche Pichón, quién te viera con esos pinches ojillos que tuvieras tanto tino-. A partir de ahí el Pichón se ganó sus galones y ahora se encargaba de cobrar el derecho de piso a buena parte de los vendedores de Tepito, no se dejaba intimidar por los albures que no entendía y a mas de uno lo sentó en la banqueta de dos ganchos al hígado.

En cuanto tuvo dinero compró un pasaporte falso para traerse de China a su novia, y hacerla su ilegal esposa en México, ya que el Pichón había dejado unos pichones de su matrimonio oficial, del que salió huyendo. El Sarna se quedó sorprendido cuando vio la foto de la futura señora Pichón, -una morra así merece trato especial pinche Pichón – y le sugirió que en cuanto llegara le diera una vuelta por la Ciudad de México en helicóptero, conocía un piloto que a veces les ayudaba a transportar cargamentos de armas y drogas cuando a los jefes jefes les urgían refuerzos.

El Pichón no cabía de gusto de mostrar a su consorte la inmensidad de su nuevo nido, el domingo después de comer la llevó al prometido viaje por los aires.

El vuelo seguía su curso normal, les explicaban aunque despacio por los intercomunicadores algunos datos sobre la ciudad y los lugares por los que pasaban, aunque el piloto asumía que no entenderían nada porque todo el tiempo entre beso y beso, y una que otra mano indiscreta, solo hablaban en lo que supuso sería chino. Al pasar por el Museo Sumaya les mostró la estructura monumental, omitió mencionar la lujosa plaza comercial que, desde que asesinaron a su hermana juró no volver a promocionar en sus viajes.

Al dar la segunda vuelta para apreciar el museo, por primera vez el Pichón le pregunto al piloto -¿Antara, Antara, Antara?- contesto intrigado que sí, esa era Antara.

Observó que la plática entre los tortolos se animó y el Pichón se ufanaba de un reloj que portaba con orgullo y lo comparaba con uno similar que portaba la prometida.

-¿Sarna, estás seguro que tu compa el chinito trabaja para el patrón? – le mando por mensaje mientras maniobraba hacia el sur de la ciudad, -si, así como lo ves tiene buena puntería y no le tiembla la mano, desde su novatada en una joyería es el consentido del jefe, te lo encargo- recibió en su celular.1


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