Réquiem por las cucarachas
Es conocido el inconveniente de vivir cerca de una plaza comercial, por más limpio que seas, y aunque no exista una miga disponible para que se alimenten, las cucarachas tarde o temprano rebasarán las fronteras del drenaje y saldrán como Icaro en busca de una luz asesina.
En un inicio me causaba cierta urgencia encontrarlas merodeando por la casa, corría por el insecticida y las perseguía erráticamente para vaciar el venenoso contenido. Ya alguna vez me sorprendió pensar que ya estaba muerta, y al levantarla con papel higiénico, mis dedos sintieran los últimos impulsos de su sistema nervioso que la impelía a escapar.
Hace poco en la madrugada, entraba a una de las habitaciones de la casa, desde que abrí la puerta escuché el indistinguible sonido de unas patas corriendo por el piso laminado. El hallazgo se confirmó, una cucaracha corría despavorida el percibir la vibración de mis pisadas aumentando con cada paso. Por un momento la Periplaneta americana cree haber pasado desapercibida, ya que la vibración del suelo indica que me estoy alejando. Se mantiene inmutable esperando que me termine de alejar y apague la molesta luz. Su primitivo pero eficaz sistema nervioso que, si bien no oye, si detecta un cambio muy intenso en la fuerza del aire que pasa sobre ella, indicándole que debe escapar a toda velocidad, porque el rocío que se avecina no augura nada bueno.
La maldita cucaracha escapa al chisguete que la intenta perseguir, hasta que se esconde entre unas maletas y bolsas de ropa, la guarida ideal. Sigo intentando vaciar la lata sobre ella, pero solo consigo ensuciar mis pertenencias. Aún escucho sus patas moverse mientras desafía la gravedad caminando verticalmente sobre el plástico corrugado. Me doy por vencido, y confío en lo que el exterminador dijo y la evidencia empírica ha confirmado. Las cucarachas mueren si se quedan mucho tiempo expuestas a la luz, son animales que solo pueden habitar en las condiciones de humedad, temperatura y oscuridad de las entrañas de mi casa.
Así que confío que el tiempo sea el eficaz asesino que yo no fui. Para la tarde que regreso, abro la puerta y no escucho patas corriendo por el suelo, me acerco envalentonado y efectivamente la cucaracha esta con las patas encogidas mirando al techo, conforme me acerco, el agonizante insecto comienza a mover sus antenas, apenas un poco, como una respiración agónica. No sé cómo interpretar eso, ¿acaso me estará mentando la madre o el padre?, ¿será una señal de valor? que indica que tuvo los huevos para pelear hasta el último segundo de sus prestablecidos dos años de vida, ¿es una trampa evolutiva donde me invita a pisarla y al hacer crujir su exoesqueleto liberar feromonas que atraigan a sus congéneres?, o ¿sencillamente es un llamado a darle fin a su sufrimiento?
Manifestando lo ruin que soy, decido tomar la decisión que más la haga sufrir, le tomo una foto que inmortaliza su sufrimiento y la abandono en la habitación. Estoy seguro de que, seguirá viva o mal muriendo unas horas más.

La sensilias de sus patas le indican que me largué de la habitación, fracasó en la misión asignada, no solo no encontró un nuevo ecosistema que invadir y destruir, mucho menos volver exitoso con las instrucciones precisas de una fuente inagotable de alimento para sobrellevar la hambruna de la alcantarilla, sino que perdió a su compañera cucaracha, ya que siempre los equipos de exploración son en parejas. La perdió y no tiene manera de comunicarse con ella. Los omatidios de su par de ojos han dejado de ser eficaces, conforme el oxígeno escasea, su visión es cada vez más borrosa. Ya no sirve de nada mover ninguno de sus apéndices, así que mantiene la posición neutra que paradójicamente la hará vivir más. Pero es probable que nadie venga a su rescate. La misión no contaba con un plan de extracción, era demasiado peligroso.
Vuelvo a entrar la mañana siguiente, estoy seguro no encontrarme ninguna sorpresa. Busco a la cucaracha, está en el centro de la habitación, conforme me acerco aguzo de la mirada para detectar algún mínimo movimiento, dudo mucho, a veces pueden quedar inmóviles hasta dar un salto en el último segundo, sigo mirándola, con asco, pero sorprendido de los detalles de su parte ventral, cómo se unen las patas en esa especie de coraza. Tras un par de segundos, todo indica que por fin está muerta, pero siendo un cobarde me da temor comprobarlo, me sorprende cómo unos animales que antecedieron a los dinosaurios hace trescientos millones de años, o tal vez por eso, me infundan terror al pensar en tocarlos. Víctima de mi cobardía acerco una sandalia y tímidamente la toco, apenas la rozo, me armo de valor y me animo a desplazarla unos centímetros.
No me siento solo, algo raro está en la escena, algo me observa. Volteo hacia donde se había escabullido cuando la perseguía con odio. Esta su secuaz igualmente tirada con las patas al cielo, tardó más en iniciar su agonía, aún mueve las antenas, más rápido conforme me acerco.
Le recetaremos el mismo sufrimiento que a su compañero. Antes de salir de la habitación veo que es un poco más pequeña. Tal vez es padre e hijo que buscaron un mejor lugar cuando su madre fue aplastada durante una excursión por la calle, o se hartaron de las siempre peores condiciones de vida que el decadente ecosistema del drenaje les ofrecía, o tal vez los líderes de su orden social los hostigaron hasta forzarlos a escapar.
La agonizante cucaracha si pudo ver a su colega luchando frente a mi durante sus últimos segundos de vida, también pudo ver cómo temía tocar a un insecto que es cientos de veces más pequeño, me guarda rencor.
Le quedan algunas horas más antes de que ya no pueda enviar oxígeno a sus células. Se da por vencida, ambos fallaron, no cumplieron con su objetivo. Solo queda esperar, pero al menos lo intentaron, confía en que tal vez alguna de sus colegas en los próximos miles de años, se adapten a este inhóspito ecosistema y podrán colonizar también la superficie del mundo.
Regreso a la mañana siguiente, repito la rutina para confirmar su muerte, es un hecho. Pienso si les hubiera gustado estar cerca en sus últimos alientos, es estúpido pensarlo cuando es demasiado tarde. Pero acostumbrado a realizar proyectos que no sirven para nada, decido acercarlas y que se mantengan juntas en su muerte.

Hasta que la señora que hace el aseo de la casa, con asco y no sé si sorprendida las suba al recogedor y las entierre en el bote de basura sin el réquiem de Mozart.
Frase robada
¿de qué nos sirve subirnos los calzones cuando ya sabemos que están todos agujerados?
Eduardo Rabasa – Cinta negra

Microrelato
Regalo de cumpleaños
Las rastas largas y percudidas ocultaban sus ojos brillantes que buscaban dueño o comida.

Bonus track
Después de mucho retraso por fin tenemos nueva edición del podcast de “Gente aburrida”. Ahora platicamos sobre el Ulises de James Joyce y la lectura de los clásicos.
