Relato – ¿Buena o mala suerte? | Poema – CANCIÓN POP – Amalia Bautista | Reseña – Días sin ti – Elvira Sastre | Frase robada – Charles Pépin | Bonus track
¿Buena o mala suerte?
Rubén llevaba dos horas corriendo, la competencia se encontraba en sus inicios, al menos doce horas más y varias decenas de kilómetros en la montaña agreste con escasos poblados que apenas subsistían, eran su futuro inmediato.
En cuanto abandonaba las calles de terracería y recibía vítores por parte de los escasos oriundos, retomaba la concentración al máximo, era fácil perderse y eso le podía costar el liderato, que según sus cálculos detentaba. Además, el camino se perfilaba más peligroso de lo esperado, las inusuales lluvias habían formado lama en las piedras, y resbalar hacia zonas más rocosas en lo profundo, era algo que no deseaba experimentar.
Habituado a correr sin música, notó inicialmente a lo lejos el ruido que deseaba mantener fuera de la carrera, pero que tarde o temprano se hace presente. Los pasos acompasados de una respiración agitada pero rítmica se iban acercando.
Rubén no voltearía, eso significaba afirmar la sorpresa, de que alguien venía remontando lugares y quería reclamarle su triunfo.
Al cansancio y la concentración, ahora se agregaba la estrategia. Cuando Joel lo alcanzó se saludaron inclinando la cabeza. Rubén volteó apenas para reconocer a su competidor, un segundo le bastó para ver que era más joven, más fuerte y al menos de momento también parecía más agitado. Los audífonos de Joel le dieron tranquilidad, él prefería correr en silencio “escuchando la montaña”, decía.
El joven persecutor se mantuvo a su lado, este movimiento le hizo ver que Joel no era un improvisado. Hubiera preferido que siguiera gastando sus fuerzas queriendo ir por delante, para encontrarlo exhausto en unas horas más. Pero todo indicaba que reservaría energía para el final de la carrera. Ahora Rubén sabía que tarde o temprano llegaría el momento en que todo empeoraría.
—¡Vale madre! Se les acabó la batería a mis audífonos — exclamó Joel.
Rubén hubiera deseado tener unos audífonos para regalárselos, y no comenzara la típica conversación de corredores. La realidad se instaló, él no traía audífonos, y Joel tenía una excelente condición física que le permitía platicar intensamente, apenas interrumpido por los monosílabos que de mala gana lanzaba su silencioso interlocutor.
En un amplio sendero que comunicaba un par de minúsculos caseríos, una mancha azul rompía la monotonía del camino, sin decirlo ambos se centraron en la imagen azulosa con el afán de ver lo que era.
Inesperadamente Joel dio un arrancón como si fuera a llegar a meta, solo para poder ver primero de qué se trataba esa anomalía en el camino. Rubén lo vio llegar y de inmediato ponerse en cuclillas, admirando el descubrimiento. Pensó en dejar a Joel, pero cuando lo alcanzó mirando al suelo, la perplejidad de su competidor lo obligó a parar.
—¿Estás bien? ¿Por qué te detienes?
—¿Está raro no te parece? —le contestó a Rubén, mientras continuaba mirando al suelo.
Rubén seguía confundido, eran dos cartas de baraja española, una al lado de la otra, como si las hubieran acomodado a propósito, mirando boca abajo. Le tomó dos segundos decirle a Joel que se iba y volteó para seguir la competencia.
—¡Espérate no te vayas! —le gritó aún en cuclillas Joel.
—¿Qué pasó? —le gritó Rubén cuando se detuvo a unos metros, y comenzó a caminar en dirección de las cartas secretas que seguían intrigando a Joel.
Cuando estaban juntos mirando las cartas Joel se levantó.
—No te parece raro, que en este camino sólo estén estas dos cartas tiradas, acomodadas como si te fueran a leer el futuro.
—¿Tú crees en esas cosas? —le dijo un poco burlón Rubén.
—¿Tú no? —respondió automáticamente Joel —por tu cara, creo que no. Yo sí, soy muy supersticioso —y le mostró un amuleto que le colgaba del cuello.
—No, no creo. Lo que sí creo es que, si seguimos aquí discutiendo sobre esas cartas, va a llegar el tercero que nos hace falta para complicarnos definitivamente la carrera.
—Pues yo sí creo —dijo Joel a modo de robusta confesión —y para mí que el destino nos tiró las cartas, a ti y a mí. Vamos a tomar una cada quién, capaz que ahí se decide el vencedor.
Rubén no sabía cómo había llegado a ese punto, pero ya no quería perder más tiempo, y sin mediar palabra, se agachó y tomó una de las cartas.
—¡Espérate! No la veas —le dijo de improviso Joel —la vemos en la meta, y ahí confirmamos si el destino le atinó a nuestro futuro.
Sin mucha determinación Rubén metió la carta en una bolsa de su chaleco de hidratación. Sin decir más dio media vuelta y volvió a correr.
Persistían corriendo juntos, la tarde se agotaba, y el camino se iba haciendo estrecho, solo podían ir uno detrás del otro. Rubén decidió ir adelante, confiaba que Joel al venir platicando sobre el significado de las cartas se agotara y poco a poco se fuera rezagando. Pero las anécdotas de adivinación del futuro no pararon, como tampoco se incrementó la distancia entre ellos.
—Yo creo que a mí me tocó una carta de mala suerte —dijo de repente Rubén, fastidiado de no poder concentrarse en la carrera.
Apenas iba a preguntarle el origen de tan determinante afirmación, cuando Rubén desapareció del sendero.
Se escuchó un grito y piedras rodando. Había pisado una piedra que resbaló, y el pie izquierdo se salió del camino hacia la oscuridad y todo su cuerpo al vacío.
Joel se detuvo de inmediato, la luz frontal alumbraba a todos lados, pero no veía nada, comenzó a gritarle, sin obtener respuesta.
Escudriñó el camino para determinar las últimas huellas de Rubén, mientras continuaba llamándolo.
Al final de la última huella en la tierra vio un arbusto roto y el vacío detrás.
Se acercó con cuidado ahora pidiendo ayuda a la nada. Sabía que iban en solitario y con bastante ventaja, nadie los encontraría hasta dentro de demasiados minutos.
Creyó que con los bastones y mucha atención podría bajar y auxiliar a su némesis. El terreno era demasiado escarpado y resbaloso, perdió el equilibrio, siguiendo la gravedad mientras patinaba en las rocas, hasta que una bastante grande le detuvo el pie izquierdo, no sin antes fracturarle el tobillo.
Mientras trataba de recuperarse de la ola de adrenalina que le había propinado el destino, a unos metros vio a Rubén tirado sangrando de la cabeza.
El equipo de rescate tardó algunas horas en comenzar la búsqueda, hasta que llegaron a meta quienes varios kilómetros atrás los venían persiguiendo. Joel y Rubén con sus mantas térmicas y ya con sus últimas reservas de comida fueron sacados de ese agujero, con bastante frío y maltrechos, ya en la única ambulancia del pueblo, Joel le pidió su carta a Rubén, las vio de inmediato y sonrió.
—As de oros y tres de bastos, son de buena suerte, nos fue mejor de lo esperado.
Rubén no supo qué responder.
Simón no había dormido nada durante la noche, su esposa ardía en fiebre por tercer día consecutivo, ya la había llevado con los pocos médicos de la zona, y no atinaban al origen de tanta fiebre y deterioro físico, vomitaba todo lo que forzadamente ingería, sudaba y temblaba día y noche.
Cuando comenzó a delirar y verle la piel amarilla, no supo qué hacer, no tenía dinero para pagarle un doctor en la ciudad, ni para el taxi que los llevara. Solo se le ocurrió tomar su caballo y buscar a la curandera del pueblo vecino, que a varios había sacado adelante.
Le entregó sus últimos pesos y ella dio dos cartas de baraja española, que a través de un conjuro, ayudarían a la moribunda.
En cuanto salió de la choza, metió las cartas en la alforja de la montura. Le exigió lo imposible al desnutrido caballo para cruzar cuanto antes el sendero que unía los caseríos.
Cuando llegó al jacal, bajó del caballo y la alforja estaba abierta sin el talismán en su interior, se apresuró a entrar, su esposa estaba en la cama, tranquila y silenciosa; era demasiado tarde.

CANCIÓN POP – Amalia Bautista
¿Carne o pescado?
¿Mar o montaña?
¿Tolstói o Dostoievski?
¿Tolerancia o respeto?
¿Oriente u Occidente?
¿Maíz o trigo?
¿Grecia o Roma?
¿Dormir o soñar?
¿Leones o gacelas?
¿Monarquía o república?
¿Lope o Quevedo?
¿Perejil o cilantro?
¿La fábula o la historia?
¿Mezcal o tequila?
¿Frida o Remedios?
¿Desierto o selva?
¿Uno o más?
¿Caliente o frío?
¿Rojo o negro?
¿Aguacero o sequía?
¿Heráclito o Parménides?
¿Música o silencio?
¿Órale o vale?
¿Tú o quién?
¿Tú o nadie?
¿Tú o tú?
Siempre tú.
Días sin ti – Elvira Sastre
La novela romántica no es mi género favorito, tal vez porque fácilmente se transforma en literatura rosa.
Pero esta insondable recomendación fue bastante grata y confieso que adictiva, ya que la devoré en un par de días.
La premisa es buena, dos historias de amor que fueron y dejaron de ser, principio básico del amor. La de los abuelos del protagonista, que pelean frente a una sociedad conservadora para lograr su relación, hasta que una sociedad absurda la destroza. Y la de Gael mucho más apasionada y primordialmente tórrida, pero en esencia explota el estereotipo de femme fatale, que deja una sensación desabrida, este personaje tiene tantos cabos sueltos que ni lo quieres, y ni lo odias.
Gael es ese héroe que debe hundirse para emerger heroico entre las llamas, cosa que lo hace contemporáneamente estándar, y como era de esperarse tiene lo que parece un final feliz.
Tal vez mi alma vieja me impide apreciar la subtrama del presente, pero toda la nostalgia del pasado de los abuelos es un excelente catalizador para no morir de aburrimiento.
De manera global logra una obra que evoca y entretiene.
Frase robada – Charles Pépin
La contingencia ―lo que es, pero habría podido no ser― se opone a la idea de necesidad o de determinismo ―lo que es y no podía no ser―.
Bonus track



