Relato – Alucinaciones | Poema- A mí me gusta el rostro que muestra la agonía – Emily Dickinson | Reseña – Utopías digitales – Ekaitz Cancela | Frase robada – Juan José Millás | Bonus track
Alucinaciones
Para Octavio
—¿Qué se siente cabrón? Ahora que no eres el puto amo.
Osvaldo empapado en sudor y amarrado a una silla recibía, uno tras otro los embates que con un bat de beisbol le propinaba Angela en todo el cuerpo.
—¿Qué quieres, por qué haces esto?
Le preguntaba con el poco aliento que lograba reunir entre las pausas que el cansancio le daba a su torturadora.
—¿Todavía lo preguntas? Sabes perfectamente la mierda que eres.
Angela retomó fuerza y arremetió intensamente contra la cabeza de Osvaldo.
Sofía lo encontró tirado en el baño, salía sangre por la boca de manera profusa, mucha de ella seca en el suelo. Osvaldo decía incoherencias y con pocas fuerzas alejaba las manos de su esposa que intentaban sentarlo en el piso. Tras varios intentos en los que él gritaba que ya no lo golpearan, Sofía decidió hablar a una ambulancia para llevarlo al hospital.
Esperó casi dos horas, a que alguien le diera informes, el recepcionista siempre daba la respuesta mecánica «cuando pase algo, vendrán a hablar con usted, mientras, tiene que esperar». Ella aprovechó para lavarse las manos ensangrentadas, y enjuagarse la cara, no entendía cómo hace menos de doce horas estaban con familiares y amigos festejando el paso de un año al nuevo. No comprendía qué podía haber llevado a su esposo a la situación actual.
Tras volverse a enjuagar la cara e intentar peinarse un poco, regresó a la sala de espera.
Ahí se encontraba la doctora de guardia, aún con esa bata azul que solo los protege frente al paciente, con varias gotas de sangre seca.
—Osvaldo está muy grave, sangró muchísimo, tiene más sangre en su estómago que en las venas y arterias— sin pausa para que Sofía pudiera preguntar las implicaciones de lo incomprensible, la doctora continuó —se le tuvo que colocar un tubo en la garganta para realizar una endoscopia y buscar la fuente de sangrado, afortunadamente encontramos unas várices en el esófago que pudimos tratar y detener la hemorragia— Sofía no alcanzaba a asimilar el motivo afortunado que mencionaba la doctora, pero se conformó con asentir.
—Lo vamos a ingresar en terapia intensiva, entre la hemorragia y la agitación, hubo que intubarlo y sedarlo, tendremos que esperar a que el hígado pueda eliminar las toxinas que lo tienen tan agitado.
Persistía sin comprender qué tenía que ver el hígado de su marido, con la condición en la que lo encontró en el suelo del baño —¿está enfermo del hígado? — preguntó de manera apenas audible.
La doctora algo contrariada, reviró el cuestionamiento —¿No lo sabían? Osvaldo tiene cirrosis, todo su cuerpo está fallando, su cerebro está lleno de toxinas, ha sangrado profusamente, tiene agua en el abdomen y los pulmones, y el riñón apenas funciona. Su condición es muy grave.
Estaba amagado en la cajuela de su auto, un par de desconocidos lo tomaron por sorpresa, lo golpearon y se lo llevaron del estacionamiento del club.
La máscara en la cabeza no le dejaba ver y apenas respirar, lo tiraron echo ovillo en el suelo. Se hizo el silencio, temblaba de miedo y frío. Escuchó una puerta metálica y unos pasos acercándose. Sin más mediación comenzó a recibir una patada tras otra, en el abdomen, las piernas, los brazos. Osvaldo rogaba que se detuvieran, pero jadeos rabiosos era lo que obtenía por respuesta. Un golpe en la cabeza y luz incandescente lo sacaron de su desmayo. Apenas pudo enfocar lo que pudo intuir era el cañón de una pistola a pocos centímetros de la frente. Mientras suplicaba que no lo mataran, logró enfocar más atrás del arma, la sonrisa de Juan Carlos, su socio, que apretó el gatillo con fuerza.
La enfermera fue a despertar al médico de guardia de la terapia intensiva.
—El paciente de la cama D, otra vez está agitado, y se quiere arrancar el catéter.
Sin ánimo de responder, se levantó del sillón en el descanso de médicos, fue a observar al paciente, y anotó un par de indicaciones en el expediente, que también le repitió a la enfermera «tómenle esos estudios de laboratorio y pónganle el sedante que les indiqué».
Intentó retomar el sueño fraccionado y dormir un par de horas antes de que terminara su jornada.
Osvaldo salió del hospital en silla de ruedas, para llegar justo a casa el día que sus hijos y Sofía se comían la rosca de reyes con una taza de chocolate; manjar que solo pudo ver y olfatear, ya que tenía prohibido esos gustos culinarios. El los acompañaba en la mesa, con su comida de enfermo, pero contento de haber sobrevivido.
—¿Te acuerdas de algo? Cuando te agitabas gritabas cosas horribles, mientras querías atacar a las enfermeras— Le preguntó una noche Sofía, varias semanas después de haber regresado a casa.
Osvaldo respondió con la verdad, lo último que recordaba del suceso era haber ido a la cocina por otra de las muchas botellas de vino para la cena de fin de año.
Corría por el estacionamiento del centro comercial, las llantas del auto rechinaban a sus espaldas, escuchaba otros pasos corriendo a su lado, persiguiéndolo, trataba de mirar a la periferia, buscando una salida, una puerta abierta; a lo lejos observó una salida de emergencia, cuando pasó justo al lado y sin pensarlo Osvaldo se lanzó hacia su escapatoria, tirado en el suelo escuchó el auto frenar súbitamente, se levantó de inmediato, y sin mirar atrás comenzó a bajar las escaleras. Al segundo paso escuchó un disparo.
Apenas abrió la puerta de la casa, Sofía encontró a Osvaldo tirado diciendo cosas sin sentido, vio a pocos metros el perro con un agujero en el abdomen gimiendo. Trató de poner orden en su cabeza, se hincó y colocó a su marido de lado, tal como le habían indicado los médicos por si otra vez su cerebro era traicionado por las toxinas que su hígado ya no depuraba; apoyó la espalda es sus piernas, mientras buscaba sangre en su boca, el ver que sólo escurría saliva la tranquilizó temporalmente. Volvió la vista al perro moribundo y ese balazo solo significaba un grave error, intentó alcanzar su bolsa para tomar su teléfono y llamar a una ambulancia. En sus intentos por encontrar los medios para pedir auxilio, vio a lo lejos la pistola de su esposo y maldijo entre dientes; comenzó a llamar a gritos a Luis, el cuidador que le habían contratado para atender a Osvaldo durante los últimos meses.
Osvaldo fue trasladado al reclusorio en cuanto su condición médica le permitió el alta hospitalaria. Luis su cuidador, murió después de que intentaran sacarle una bala que le laceró una arteria del abdomen.
A lo largo de los interrogatorios y a sugerencia de los abogados de Osvaldo, Sofía negó tener conocimiento sobre las actividades delictivas de su marido, que se corroboraban por esa pistola encargada de varios asesinatos, incluyendo el de Angela y Juan Carlos.
A mí me gusta el rostro que muestra la agonía – Emily Dickinson
A mí me gusta el rostro que muestra la agonía
porque sé que no es falso.
Los hombres nunca fingen convulsiones
ni simulan dolor.Una vez que se velan los ojos —y es la muerte—
no pueden impostar
en su frente el rosario de esas gotas
que va ensartando la sencilla angustia.
Utopías digitales – Ekaitz Cancela
En momentos cuando todo parece corporativamente determinado, y la burbuja de nuestras pantallas apenas nos permite pensar en los márgenes de lo establecido, Ekaitz Cancela desarrolla un robusto ensayo, que por su fuerza, claridad y rebeldía, sabe incluso a nostalgia.
Este libro tiene un retrogusto a esa lucha que pensé perdida hace algunos años, cuando como casi todos fui absorbido por esta maquinaria de productividad-consumo. Obviamente la disrupción económica va a oler a izquierda política, socialismo extremo, incluso a desabrido comunismo. Pero a mi parecer Cancela hace un gran trabajo no solo teórico, sino ideológico en el cual la exposición se centra en el humanismo no capitalista, lo cual tiene implicaciones prácticas importantes, y al ser un término no definido, es abierto, que nos permite soñar e imaginar modelos alternos de vivir, más allá de ser un ejecutor del consumo corporativo.
La lectura de este ensayo empuja inexorablemente a la reflexión y reconsideración de reglas atávicas. Generando así, al menos la posibilidad teórica de realidades alternativas que permitan la adaptación del crisol humano.
Frase robada – Juan José Millás
…no es lo mismo el mercado, donde el comprador es un cliente, que el hipermercado, donde el cliente es un consumible.
Bonus track


