Mi perra vida, la trigésima semana del año 2024.

Relato ficcionado – Gente bien | Poema – La solemne ceremonia de Javier Molina Estrada | Reseña – La soledad era esto – Juan José Millás | Frase robada | Bonus track

Gente bien

Se resquebrajó la oscuridad de la habitación, cuando la señora Petra abrió de forma rotunda las ventanas .

– Ya levántese señor Ferré, que su hijo se va a conectar en media hora.

Sin mucha intención y bastante inercia se retiraba el edredón, y con los ojos cerrados exploraba el piso con ambos pies para encontrar sus pantuflas.

– ¿Llegó tarde Hernán? – alcanzó a inquirir antes de que Petra saliera del dormitorio, en dirección al estudio para encender la computadora e iniciar la sesión de zoom.

Mientras que el viejo con una barba tupida y cabellera de varias semanas apenas arrastraba los pies para llegar a la silla que lo esperaba con una taza de café.

– Ya se le olvidó otra vez, el joven Hernán está en Dublín, ahí trabaja ahora.

El señor Ferré no muy convencido asintió, y al ver la taza y un pan que lo acompañaba al lado de la computadora, asumió que era ahí donde debería estar a tan temprana hora de la mañana.

La pantalla y su mirada se iluminaron cuando se estableció la videollamada. La distancia no solo geográfica y los olvidos no infrecuentes de su padre hacían que sus reuniones virtuales se fueran espaciando, de dos o tres veces por semana, a una forzada plática mensual.

Tras no más de diez minutos, la conversación no superaba las banalidades de una plática ligera, así Hernán pretextó tener una reunión con sus amigos, y se despidió de su padre por última vez.

Sin mucha desilusión el señor Ferré se quedó pasmado frente a la pantalla, hasta que Petra lo vino a sacar de su ensimismamiento.

– ¿Le preparo las cosas para el club?

No estaba muy seguro de ir, o más bien a donde ir, pero afirmó, y regresó a su habitación para darse un baño. Tras una media hora larga, bajó vestido con ropa deportiva, que últimamente le comenzaba a quedar grande por su falta de apetito, tomó la maleta que le había dejado Petra en el recibidor de la casa, salió al jardín, después de unas decenas de metros se perfiló hacia la calle en dirección del club deportivo.

Petra salió a la cochera a buscar al chofer, que estaba desparramadamente dormido en el asiento trasero del auto.

– ¿A qué hora piensas ir por el patrón al club? – le dijo a través de la ventana entreabierta.

– Ey, ey, ey tranquila morena, cuál club ni que nada, el patrón nunca me pidió que lo llevara a ningún lado, pensé que se había quedado a descansar. Se me hizo raro, pero ves que últimamente así anda.

Petra palideció, eran casi las tres de la tarde y se acababa de enterar. De inmediato ella y el chofer se dispersaron para buscar por toda la casa, mientras el jardinero salió a buscarlo a la calle, después de un par de horas, era oficial. El señor Ferré salió caminando a la calle, dejando la puerta abierta y de momento nadie sabía de él.

Llevaba su maleta de ejercicio, con la barba y el pelo largo pero peinado, muy bien vestido, listo para un partido de tenis, al salir de su casa se sintió extraño, pero el barrio le pareció agradable, se arrepintió de no hacer esto más seguido, apenas había escampado y las calles amplias, con gente tranquila, bien vestida, le recordaba la ciudad de Milán, de donde sus padres lo trajeron apenas siendo niño. Se prometió salir a conocer el vecindario más seguido. Entretenido viendo a los perros, que sacan a pasear a sus dueños, pasó por parques, museos, cada tanto se sentaba a admirar el paisaje. Poco a poco las calles se fueron encogiendo, desapareciendo las fuentes, y las áreas verdes. Observó su reloj, que le confirmó lo que le exigía su apetito, ya era tarde y tenía hambre, ya habían pasado varias horas y algunos kilómetros, migró de Polanco a la colonia Lomas de Sotelo, vio en una pared a una exuberante mujer abrazando a una aún más exuberante hamburguesa. El nombre del establecimiento “Las Mamis” le convenció de hacer una escala técnica para comer. No recordaba desde cuando no degustaba algo así, después de ver el menú pegado en la pared, acompañó su hamburguesa con papas y refresco, le pareció el maridaje ideal.

Tras una estancia mayor a la usual, se acercó el mesero/cocinero a preguntarle si quería comer algo más o le mandaba la cuenta. Al llegar la cuenta el señor Ferré se confundió con el modo de proceder, con el mesero parado a su lado, como quién sabe que se avecina un problema, se empecinó en buscar su cartera, al no encontrarla abrió la maleta deportiva y poniendo sobre la mesa toda la parafernalia de jugador de tenis, no logró encontrar medios para saldar su deuda. El mesero observó minuciosamente el costoso reloj que portaba, la pluma exclusiva, los lentes de lujo, y aunque neófito en tenis, estimaba que varios miles de pesos estaban invertidos en esa bolsa.

– No se preocupe jefe, la casa invita, ahí no’mas nos recomienda con sus compas del tenis.

El señor Ferré estaba convencido de que el barrio no era tan parecido al que privilegiadamente lo albergaba, pero la gente era muy amable.

El mesero le hizo una señal al repartidor de la moto que estaba esperando un pedido, y tras alejarse unas cuadras comenzó a seguirlo, cada tanto se detenía para que no se percatara de su presencia. Consideración innecesaria, ya que su potencial víctima seguía caminando sin rumbo.

Manteniendo la paciencia, y observando al anciano actuar dubitativamente, sabía que era cuestión de tiempo para que se alejara de la avenida principal. Cuando se cumplió la profecía, aceleró, se detuvo enfrente para obstruirle el paso, le dio un puñetazo en el abdomen que lo derrumbó fácilmente, mientras que inofensivo trataba de meter aire a sus pulmones, su atacante le arrebató la maleta, el reloj, los lentes y hasta el calzado. Tirado en el suelo aun sin recuperar el aire, el señor Ferré observó cómo se alejaba el repartidor en la moto con todas sus pertenencias.

Las gotas de lluvia y el frío lo despertaron, estaba confundido, sin saber como había llegado ahí, y porqué tenía tan adolorido el abdomen. Intentó levantarse del suelo, pero la fuerza lo traicionaba, apoyó la espalda en la pared mientras una lluvia implacable lo empapaba de pies a cabeza. Un par de señoras con un paraguas se acercaron.

– ¿Se encuentra bien señor?

Como pudo las mandó al demonio y con esfuerzo se logró levantar aun apoyándose en la pared, caminó poco a poco sin rumbo, intentó orientarse sin éxito, solo recordaba Campos Elíseos, la calle donde vivía, e intentó preguntar a un par de transeúntes como llegar. No le entendieron y solo le respondieron que no traían dinero. Finalmente, una pareja de novios se compadeció, y aunque su aspecto era paupérrimo no era el de un mendigo, le dieron unas instrucciones escuetas, pero se ofrecieron a acompañarle. Se negó y tratando de apretar el paso con los pies descalzos, se alejó sin decir más.

La lluvia y los relámpagos no daban tregua, apenas podía caminar por el dolor, las ampollas reventadas y algún vidrio enterrado lo venían torturando. Paulatinamente los rayos iluminaban los letreros que daban nombre a las calles, hasta que leyó un viejo dramaturgo le llamó la atención, Prolongación Moliere le resonaba en la memoria, así que siguió su camino, rogando que algún día terminara tal prolongación.

Los autos se tornaban más lujosos y las calles mas iluminadas, los pocos transeúntes lo miraban con desprecio, e impedían que sus refinadas mascotas se acercaran a olfatearlo, o se reían cuando algún perro chihuahua le ladraba insistentemente.

Seguía la senda del afamado francés, y comenzó a recuperar el sentido de orientación, por fin una sonrisa se escapó de su barba empapada al ver la calle Mazaryk, sabía que estaba cerca.

Intentó acelerar el paso, y resbaló por la pintura mojada del paso de cebra, un rechinido prolongado de una camioneta blindada cesó con el impacto seco de su carrocería con la cabeza del señor Ferré, el chofer recibió la orden de acelerar y desaparecieron en la noche. No era el primer indigente que interrumpía una noche de juerga de la gente bien, y lo dejaban muerto en la calle.


La solemne ceremonia – Javier Molina Estrada


La soledad era esto – Juan José Millás

Dinero, familia, una buena posición social, en teoría no se puede pedir más. Pero nuestra protagonista tiene una epifanía cuando durante la burocrática muerte de su madre, se da cuenta del vacío que intenta llenar con alcohol y hachís. Este momento se torna trascendental al comenzar a leer los diarios de su madre, los que le quitan el velo que le impedía percatarse de lo sola y miserable que es, y es tratada, por quienes en teoría tienen el papel socialmente determinado de ser su compañía. Esto se complementa por la visión en tercera persona de un investigador privado que aporta opiniones incisivas, que revelan un marido que hace mucho dejó de serlo, la hija que la ignora, pero que seguro también será presa del destino, y un hermano que utiliza el resentimiento para humillarla. Es así como se da cuenta de que buena parte de su vida ha estado sola, y ahora, cuando tal vez algo acota su futuro decide aislarse, encontrando así la mejor de sus compañías.


Frase robada


Bonus track

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