Mi perra vida, la vigésimo cuarta semana del año 2024.

Relato – Error diagnóstico | Poetaco – Taco de lengua | Frase Robada | Nosotros, los Caserta – Aurora Venturini | Bonus track


Error diagnóstico

Este texto de ficción está basado en hechos reales. La historia y los personajes son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es una coincidencia.

Gumaro Gómez, presidente y único integrante del consejo ejecutivo de G y G abogados, era el clásico abogado que ni la corbata, ni el cinturón lograban ocultar los excesos de grasa corporal que había atesorado tras “cenas de negocios” en las taquerías, así como su relación casi parafílica con el ron y comilonas periódicas, a causa de su saturada agenda.

El acné tan rebelde como su cabellera, y el sudor perenemente asomando en las axilas de sus camisas, hacían que la gente desconfiara a la primera impresión, el tiempo demostraba que esa primera impresión era terriblemente precisa.

La gran habilidad para transar al corrompido sistema judicial mexicano, le había creado una justificada mala fama. Motivo por el que solo un despistado, alejado de la mano de dios, y poseído por un hechizo gitano, podría caer en sus manos. Se transformaría en un caso que acabaría tanto con los recursos terrenales del infortunado, como con la posibilidad de vencer el litigio.

Bajo ese esquema de trabajo G y G abogados, tenía abismales altibajos económicos. Cuando saqueaba a sus clientes todo iba viento en popa, pero podría tener meses eternos donde ni las moscas se acercaban por temor a ser defraudadas por Gumaro.

De algún modo ya se había acostumbrado a este itinerante estilo de vida, así que se endeudaba hasta la giba del cuello, y en cuanto tenía un cliente, cambiaba de acreedores, por lo que la lista de deudas por pagar nunca se encogía.

Hasta que un día se le encogieron los genitales, cuando saliendo de la cantina Buenos Aires con niveles sanguíneos de alcohol incompatibles con la vida, buscaba las llaves de su jetta chocado, cuando dos primates con traje y corbata lo sometieron sin grandes dificultades, y tras unirle pies, manos y boca con cinta adhesiva, lo metieron en una camioneta, y tras decenas de kilómetros, y otras tantas patadas, lo abandonaron en la periferia de la ciudad, cerca de un basurero, no sin antes recordarle que tenía deudas pendientes, y que esta era la última invitación “amistosa” a saldarlas.

Lo encontraron unos pepenadores, que le quitaron el cinturón y los zapatos, como cobro por indicarle para donde debía correr lo más rápido posible, antes de que llegara el jefe pepenador, a quien le encantaba sacarle provecho a lo que caía en su protectorado.

Gumaro le exigió a su cuerpo lo que nunca, y corrió, o al menos él lo percibía así, hasta que salió a una zona igual de olvidada, pero con más iluminación en las calles.

Caminando mientras la madrugada amenazaba con dejar de serlo, pasó un taxi, lo detuvo, y el chofer tuvo la misma sensación que los clientes de Gumaro al verlo por primera vez, pero no había tenido pasaje en las últimas horas, así que se arriesgó a llevar al gordo maloliente, lleno de tierra y moretones.

Al llegar a la unidad habitacional, el taxista sabía que se avecinaba una negociación para recibir el pago por sus servicios, y tras negarse a recibir el saco y camisa embarrados de basura a modo de retribución, Gumaro juró que iría rápido a su casa por dinero. Tras varios minutos, después de jurar por la virginidad de su abuela inmaculada, y con la promesa de volver a saldar sus deudas, el chofer quitó los seguros y Gumaro salió pesadamente del taxi, y tras una decena de pasos, volvió a correr lo más rápido que pudo, entre las calles oscuras que conocía a la perfección.

Antes de aventarlo al basurero los gorilas de corbata le advirtieron que, pagaba sus deudas, o pagaba su velorio. Gumaro podía conseguir tiempo, eso no era el problema, el dinero era la limitante para resolver la ecuación.

Le daba vueltas al acertijo, sin encontrar respuesta, sólo contaba con su ingenio para transar usando el andamiaje legal, y su voluminoso cuerpo. El cual se manifestó una madrugada en la que una herradura ardiente en el costado derecho lo despertó en medio de una pesadilla, donde lo torturaban sus acreedores quemándolo por partes. Se levantó con premura de la cama bramando a la soledad de su departamento, mientras corría a orinar con urgencia, sorprendido observó apenas unas cuantas gotas, espesas, sanguinolentas que fueron expulsadas por su uretra, el dolor se le escurrió a los testículos y a la pierna.

Como pudo tomó unos billetes y la sobregirada tarjeta de crédito, no estaba en condiciones para estafar taxistas, y tras varios minutos logró encontrar quien lo llevara al hospital, gritando y pujando como parturienta primigesta con diez centímetros de dilatación.

En la sala de urgencias no sabía si morir o matar al médico interno que, le hacía las preguntas más irrelevantes.

– Que chingados te importa cuántos días a la semana trago verduras. Quítame este puto dolor – lo increpó tras quince minutos de interrogatorio.

Tras otras tantas mentadas de madre, por fin, le pusieron morfina y la vida fue de color rosa, mas todos los colores del arcoíris. Después de un par de días expulsó la maldita piedra y fue dado de alta, le entregaron varias cajas con medicamentos, y decenas de papeles, con los resultados de la evaluación que le habían realizado.

Tras cinco días de analgésico y antibióticos, las cajas terminaron vacías, junto con platos de unicel, y el resto de papeles sobre su mesa-oficina-sala-biblioteca, se hartó del muladar y se dispuso a tirar todo a la basura. Mientras arrugaba los papeles para hacerlos caber en la bolsa de comida china, sus ojos azarosamente se fijaron en el reporte de la tomografía, “cálculo renal derecho, y quistes renales izquierdos” leía como conclusión diagnóstica.

Su mente se iluminó, había encontrado la solución a sus problemas, una demanda médica, si lo lograba le alcanzaría hasta para cambiar su coche.

En cuanto pudo salir de casa, se encaminó a las oficinas del periódico de nota roja de mayor circulación en la ciudad, para publicar un anuncio.

“Si tienes cáncer de riñón, puedes ganarte 5000 pesos”.

A los pocos días y tras decenas de candidatos, bajo la promesa de pagarle apenas ganara el litigio con el hospital, acudió a un gabinete radiológico con una receta falsificada, solicitando una tomografía, que sería realizada en el iluso paciente con cáncer de riñón que aceptó el trato.

Aprovechó la oportunidad de entrevistar a varios pacientes con cáncer, no tardó en identificar a su alma gemela de la medicina, alguien que aceptaría la farsa de un supuesto cáncer de riñón no diagnosticado, para recibir una razonable tajada.

Todos los peritos apuntaban a que el hospital había omitido el ominoso diagnóstico y que, de no ser por esa segunda opinión, su destino hubiera sido letal.

Una mañana Gumaro, ufano, se encaminaba al juzgado, con la confianza más alta que la glucosa, cuando se frenó al ver una cucaracha, que impertérrita se detuvo al ver a tal representante del género casi humano. En un ataque de envalentonada decisión, levantó el pie izquierdo para aplastar al bicho, mientras imaginaba que así estarían las cosas con los abogados del hospital, los cuales estaban a nada de un acuerdo extra judicial, para detener la racha de desprestigio que Gumaro había orquestado.

A punto de darle fin a la cucaracha, un impertinente monopatín que circulaba sobre la acera lo desequilibró, y justo antes de que el bicho viera su fin, Gumaro resbaló, golpeando su cabeza en el borde de una marquesina.

Cuando abrió los ojos vestía una impúdica bata que no lo cubría del todo, no recordaba nada, como tampoco sabía por qué le dolía tanto la cabeza.

Al poco rato, llegaron un grupo de médicos, que manteniendo una seca conversación lo interrogaron sobre cosas elementales: su nombre, edad, fecha y lugar de nacimiento, etc. Tras verificar que ninguna respuesta arribaba a su mente, se confirmó la amnesia secundaria al traumatismo.

Los administradores del hospital estaban consternados y aterrados, la ambulancia les había llevado al abogado que tantos desvelos les había ocasionado. Dadas las circunstancias le ofrendaron al neurólogo más capaz que tenían para ayudarlo, con la esperanza de amortiguar el acuerdo económico que les trajera paz.

Tras varios días en el hospital algunas cosas iban apareciendo en su mente, hasta que un día despertó sabiendo que tenía un tumor en el riñón, le ocasionó un ataque de pánico, la cancerofobia lo invadía, exigió que se lo extirparan.

Los médicos contaban con los estudios falsificados que él mismo les había hecho llegar, documentando su error diagnóstico. Los administradores veían la posibilidad de enmendar su error a un precio más bajo, le pidieron al cirujano oncólogo estrella que lo evaluara. El resultado de las imágenes era indiscutible, estaba a nada de no ser curable si no se operaba pronto.

En menos de cuarenta y ocho horas se encontraba en el preoperatorio, para una nefrectomía, el hospital tenía todo dispuesto para que la cirugía transcurriera sin incidentes. Les había caído del cielo el repentino y accidentado interés de Gumaro por curarse del cáncer, olvidando su litigio, ya que seguía sin recordar a qué se dedicaba, y tampoco se esforzaron mucho por ayudarlo a lograr ese objetivo.

Todo transcurría como se esperaba, las condiciones del paciente eran adecuadas, mientras iniciaban la disección de las arterias renales antes de extraer el órgano invadido de cáncer.

El quirófano se oscureció por completo menos de un segundo, casi imperceptible, el tiempo entre el apagón que ocurría en la colonia y el encendido automático de las plantas de luz del hospital.

Inesperadamente las compresas en el abdomen de Gumaro se inundaron rápidamente de sangre, esa fracción de segundo había bastado para que el cirujano lacerara accidentalmente la arteria y desatara el caos, su arteria se vaciaba llenando de sangre su abdomen, los aspiradores no lograban limpiar el campo de visión para poder ligar la arteria rota, tras varios minutos el panorama empeoró, ninguno de los intentos por mantener sus constantes vitales era suficiente, después de transfundirle varios paquetes de sangre, su corazón comenzó a latir de manera desordenada, amenazando con detenerse. Tres veces le descargaron toda la electricidad que pudieron para regresarlo a la normalidad.

La autopsia confirmó la muerte por choque hipovolémico, secundario a lesión de la arteria renal, y el riñón sin tumor, solo algunas piedras y un quiste.

Nadie acudió a reclamar el cuerpo.


Poetaco – Taco de lengua


Frase robada

Cuánto vas a sufrir, nena. Pero no cambies, y no busques la felicidad, que no la hay para tipos como nosotros, no te pudras, ni permitas que te salpiquen los podridos.

Aurora Venturini – Nosotros, los Caserta


Nosotros, los Caserta – Aurora Venturini

En una oportunidad que tuve de hacer un viaje veloz a Argentina, aproveché unas escuetas horas libres que tenía antes de volver a México, para visitar alguna librería, “instagrameando” encontré la librería Falena, la cual más allá del postureo, es un lugar hermoso para visitar, que además cuenta con una excelente y curada selección de literatura internacional, pero particularmente la selección de autoras y autores argentinos es muy buena. Dadas las condiciones, rompí mi promesa de salir con un solo libro, creo que terminó en trio o cuarteto, al caso una orgía literaria, que acomodé como pude en mi única maleta de cabina.

Los y las integrantes de tal orgía no han defraudado hasta el momento, por el contrario, gratos momentos me han traído.

Aurora Venturini, prolífica y premiada autora, presenta una novela dura como la roca y hermosa como un caracol en la lluvia, combinación que me llega hasta el tuétano, en la que describe la vida de Micaela (Chela) una niña prodigio que es la causa de penurias de todos los que la rodean, jamás es entendida por nadie, y es repudiada por los mismos. Describe en primera persona el sufrimiento bien entendido, aunque mal tolerado, de una niña que solo sabe ser diferente, al principio sufre, pero después entiende, motivo que la lleva a la autodefensa cínica y cruel, así como a la repulsión, pero también a la búsqueda de los que al menos la aceptan; amigos aristócratas, maestros, hasta su hermano retrasado, y por supuesto los animales.

La novela se puede dividir en dos partes, en la primera describe su proceso de indefensión condicionada por su corta edad, y su desubicación con el entorno. En la segunda narra su proceso de independencia, que la lleva a tremendos derroteros y consecuentemente nos arrastra a un nadir emocional que, aunque comprensible, no deja de ser un dejo desabrido y triste.

No se necesita ser un superdotado para ser un paria donde sea que te pares, para todos esos desubicados Aurora Venturini nos abre el corazón y lo destaza, dotándonos de paz momentánea antes de que todo se vaya a la mierda.

Entre muchas frases, me llevo para toda la vida la siguiente:

“Me propuse ganar todas mis guerras fuera como fuera, con saña y sin remordimiento. No tenía por qué amar al prójimo si el prójimo me detestaba.”


Bonus track

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