Mi perra vida, la décimo octava semana del año 2024.

Esta semana se intentó ir a limpiar la basura en la montaña, y me quedé pensando que tal vez algo personal era lo que se tenía que arreglar. Luego un poema derivado del libro Fruto, de Andre Lorde. Esta semana no puse una reseña de libro, y les comparto en su lugar, un microrrelato sobre nuestra indiferencia ante los débiles. Estos días leyendo poesía encontré una frase muy linda que menciona un poeta con síndrome de Gilles de la Tourette. Y como siempre unas fotos que ya no estarán en Instagram.


Limpiando el camino

A lo largo de los años, semana tras semana, exploro los senderos de la montaña que se me impone al salir de casa. Tras una repetición de ensayo y error, por fin encuentro, aquellos caminos que me permiten entrenar, preparándome para la competencia que ahora se fija como objetivo y orientación de mis habituales ejercicios de trepa montes.

De tanto pisar las mismas huellas, veo cómo las estaciones moldean los caminos por lo que transito. Esta rutina me lleva a entablar algún tipo de relación con arboles que te observan, piedras que se asoman traidoras, y que es mejor no pisar para evitar un descalabro, las vacas que pastan y luego inefablemente dejan de hacerlo; hasta alguna bestia mas inhóspita, un armadillo que después fue cazado, una aguililla que sortea los aires de lo que considera su territorio, y de modo cabalístico en pocas ocasiones un correcaminos.

Los senderos han cambiado con los años, los ciclos no son tautológicos, las lluvias los visten y la temporada de secas los arrasa. A lo lejos, esas montañas parecen inamovibles, pero atravesando sus entrañas, se palpan los latidos del ecosistema, y aunque inclemente, se entiende y se acepta el ciclo de la vida.

Sin embargo, la naturaleza se topa con nuestra inmundicia, que abandonamos como barbarismo que refleja lo que somos. La basura permanece meses incluso años, con vergüenza, la hierba intenta ocultar nuestra podredumbre, pero siempre reaparece la botella de plástico, la envoltura de frituras, más y más plástico empobreciendo el entorno. Evidencia sutil, pero constante y perenne, de nuestro desinterés por los demás, que al final somos nosotros todos, quienes siempre pasamos por esos caminos. Pero el desinterés por el entorno alcanza cotas asesinas, cuando observo una llanta de auto ponchada, bolsas repletas de basura arrojadas al camino, incluso lo absurdo, un inodoro en medio de la montaña.

Me pregunto si toda esa mierda que alejan de su casa, también se sale de sus corazones y se transforman en mejores personas, o solo es una metástasis de una sociedad roída, porque tras una bolsa llena de pañales, semanas después, nuevas bolsas con ropa y cajas de pizza corriente se reproducen, entristeciendo el camino, robándome la esperanza de que algo se puede hacer por este mundo que devastamos.

Los astros se alinearon y mi madre me acompaño a recorrer la montaña, en esta ocasión no para correr, sino para limpiar un poco esas huellas que la humanidad ha arrojado a los senderos que corro y recorro. Finalmente, la montaña se impuso, y sus empinadas cuestas le recomendaron mejorar su condición física y retomar el reto en futuras ediciones. Tras llenar dos costales con basura, la frustración se hizo presente al ver que seguramente varias decenas serán necesarias, para retirar todo ese cochambre que por años ha ensuciado la montaña.

Lo que a la postre entendí es que tal vez la montaña no esperaba nada de mí, y en oposición, ella me dio la oportunidad de encontrar ese camino entre mi madre y yo, que también con los años se ha ido ensuciando, a veces sin querer, y a veces dolorosamente queriendo. Pienso que metafóricamente mientras caminábamos, ese cochambre iba desapareciendo, a veces hablando, aunque también con silencios, reconociéndonos, rencontrando coincidencias físicas, pero también emocionales.

Todo indica que un par de costales fueron insuficientes, pero confío que esos caminos que enseñan, que se disfrutan, que se añoran, puedan irse limpiando y que solo sean presas del destino que les otorgue la naturaleza.


En el nombre de mi propia hija


La niña de sus ojos

Día tras día, casi tarde noche, lo observaba por la ventana del auto. Siempre con el pantalón mojado y sucio, la cara y manos enlodadas.

Un día con el labio reventado, un día con la mirada perdida, un día con la ceja rota.

Después de tantos días, le quedó claro que sus padres solo tenían ojos para ella.


Frase robada

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo

César Vallejo


Bonus track

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