Prolegómeno
Esta semana tenía la firme y descabellada intención de gastarme la quincena en la Fiesta del Libro y la Rosa, hasta que recordé que había que celebrar el cumpleaños de mi padre, así que pues a degustar. Pero para sentirme parte de la fiesta de Sant Jordi, yo también hice mi tributo a José Agustín y a Coral Bracho. Desde hace meses andaba rumiando sobre el tema del consumo de alcohol, así que les cuento cómo voy con ese tópico. Finalmente, recientemente comencé mi reto lector que es leer El Quijote, así que aproveche para robarle una frase.
De amor y desamor…con el alcohol
Antes de comenzar se debe saber que la Organización Mundial de la Salud indica que, cualquier consumo de alcohol es nocivo, por lo que no existe ninguna aprobación médica para su consumo, ya que los potenciales beneficios no superan los riesgos que conlleva.
El consumo de alcohol en la sociedad data de cerca de diez mil años, por lo tanto, nuestra historia individual se encuentra íntimamente ligada. Al proceder de un entorno donde el abuso de alcohol ha generado problemas por varias generaciones, mi herencia estaba dictada.
Durante la infancia su demonización como única herramienta para protegernos del destino, fue perdiendo su papel protector conforme la adolescencia normalizó tomar una cerveza de vez en cuando, al principio con miedo católico, y conforme el tiempo otorga el derecho a votar por el futuro podrido de mi país, con la misma insensatez, el consumo se tornó más liberal y ubicuo.
Siguiendo las reglas elementales del empirismo, indago sabores y experiencias que, en principio pueriles, se van convirtiendo en complejas y oscuras. Hasta que las consecuencias del consumo pasan del ridículo social, al peligro personal y luego al colectivo. Particularmente cuando despiertas, y no sabes cómo tú y el automóvil llegaron solos a casa después de una tremenda bacanal. Corres a la cochera deseando no encontrar sangre regada sobre la pintura, con alivio y vergüenza solo lo cubre el vómito.
Fiel al disparate, considero que el miedo a terminar en la cárcel es un motivo suficiente para limitar mi consumo, que después libero con el advenimiento de Uber. Este momento marca el alejamiento a la luna de miel de mi relación con el exceso de alcohol, entrando en una etapa donde los beneficios paulatinamente se ven afectados por los efectos adversos. La crisis se profundiza cuando mi adicción al ejercicio excesivo y extenuante me intenta alejar ineficazmente de su consumo, y finalmente cuando alcanzo mi límite de entrenamiento no hay otro remedio que separar nuestros caminos.
Este distanciamiento de varios meses pone las cosas en blanco y negro. Todo mejora sin alcohol en la sangre. No así una pasta excelsa, un corte de carne bien hecho, una buena plática y/o compañía (aunque también su antítesis). Me parece inalcanzable la separación total y al término de la etapa de competición, busco tímidamente los brazos del rey Baco.
Esta nueva crisis ya se mueve entre el consumo mínimo o su nulidad absoluta. También en la más intelectualizada, ya que recabo cada vez más información, la mayoría en contra, incluso con un mínimo consumo, lo que incrementa mi remordimiento por tomarme una o dos copas en alguna comida o cena, pensar en el abuso ya me parece inadmisible o al menos debería existir una aprobación divina.
Lo anterior no deja más que dejarme apesadumbrado, ya que lo nimio de mi relación con el alcohol, no es nada en comparación con los tres millones de personas que mueren anualmente, por esta normalizada y tóxica relación.
Frase robada
Porque quien es pobre y depende de la dádiva o la caridad para sobrevivir, nunca es totalmente libre.
Mario Vargas Llosa en el texto introductorio de Don Quijote de la Mancha “Una Novela de Hombres Libres”
El rock de la cárcel de José Agustín
Antes de que la auto ficción se impusiera como género literario dominante, y su representante francesa Annie Ernaux se ganará el premio Nobel. José Agustín se arranca a contar sus inicios en la vida, no sólo literaria, arrojándonos en sus profundos barrancos, que como montaña rusa lo subían y lo bajaban, eran más bajadas que subidas, hasta que termina encarcelado en Lecumberri.
Su historia la narra con ingenio, y creatividad estilística, usando un lenguaje que sabe a taco de suadero. Y como tal, se pasa rapidísimo, dejándote con ganas de más, sabiendo que terminarás con los dedos sucios y hediondos, pero satisfecho del festín. No se intimida el autor, se desnuda sin tapujos y con naturalidad, pero sin explotar ambiciosamente el drama cotidiano, que abundada sin duda, así como abundaban las ganas de vivir y de escribir.
Además, su visión nos revela ese México que fue tan temido, ocultado a gritos y balazos, que ahora expuesto, preferimos ignorar, y clavar nuestras miradas en las adictivas pantallas que cargamos perenemente en la palma de la mano.
Y dado que el título invita al gusto musical, aprovecho para compartir la banda sonora, con aquellas canciones que son mencionadas a lo largo del libro.

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