-En esta ocasión en mi experimento de anti-red social quiero contarles lo importante que es la comida para mí, esto derivado de un regalo culinario de mi madre. Como sigo leyendo poesía de muy altos vuelos, sinónimo de que no la termino de entender, regreso a mi siempre querida Amalia Bautista la cual además de entender, adoro. Durante esta semana terminé en formato de audiolibro La Soledad era Eso de Juan José Millás, buen libro del cual expreso mis sesgados comentarios. Y al final algunas fotos de la cotidianidad. Ah y casi olvidaba la frase robada de un libro de Guillermo Fadanelli, que parece incompleta pero no lo es.
¡Buena semana! Y gracias por leerme.
La comida (y el cariño) de mi madre
Hace poco me preguntaban en una entrevista ¿Por qué es tan importante el problema de la obesidad en México? Y entre multitud de respuestas una de ellas es que, la comida es el engrudo social y emocional de nuestro pueblo.
Si estamos tristes, felices, enojados, deprimidos, si celebramos la vida o la muerte, si ganamos o perdemos; siempre comemos. La comida es el eje de los momentos importantes. Y cuando las vivencias son irrelevantes, es probable que un buen taco les de valor y significado futuro. En ese escenario a nadie sorprende que las relaciones familiares estén unidas, o al menos fuertemente asociadas con la comida.
Siendo congruente con mi herencia cultural, la relación con mi madre se ha entretejido y descrito a través de la comida. Sus capacidades culinarias siempre han sido consideradas por propios y extraños como superiores, tal vez solo superadas por su madre, mujer a la que le fallé dos veces con la promesa de que me casaría con aquella mujer que hiciera el mole verde con la misma maestría que ella. Así que detento un robusto almanaque de guisos asociados a emociones, donde la protagonista es mi madre.
Existen sinfín de sabores y emociones fuertemente enlazados. Como el huevo con tortilla que comíamos los sábados en los que el dinero era poco y mucho el quehacer de la casa, los patos que dejaron de ser mascotas para transformarse en manjar para los albañiles que construían la casa o las vituperadas calabazas que recuperaron su linaje cuando yo intenté volverme independiente.
Por motivos diversos e inescrutables la ejecución de mi madre en la cocina tuvo (o tal vez sigue teniendo) una prolongada fase fantástica y creativa, donde se mezcla su saber milenario con las novedades efímeras de TikTok, gestando un sincretismo de la comida mexicana con la gastronomía turca, europea, asiática y centro/sudamericana. Lo que ha traído a la mesa alimentos heterodoxos con resultados variables, como viarable ha sido nuestra tórrida dinámica familiar.
Independientemente del manjar sobre la mesa, sabemos que es el lenguaje con que expresa sus emociones, y manifiesta cariño. Tal vez por eso me dolió dejar de ir a desayunar los sábados a su casa, privándome de sus caricias gastronómicas. Sé que en cada alimento entrega las entrañas, las cuales devoramos, llevándonos una parte de su corazón.
Recientemente, y por motivos desconocidos me trajo bacalao a la vizcaína. Tras terminar mi jornada laboral y buscando un bálsamo que me sanara las heridas de la cotidianidad, lo encontré en el refrigerador, deseando que no fuera una exótica adaptación promovida por el algoritmo de las redes sociales, abrí la tapa y comprobé que era la clásica receta que con sufrimiento y una pizca de frustración aprendió de la cada vez más distante abuela paterna.
Tras calentar el pan y el bienoliente guiso, la torta de bacalao resultante me llevó de vuelta a las fiestas de hace veinte o treinta años, donde primos, tíos y abuelos nos reuníamos so pretexto del nacimiento de Jesucristo o la transición anual del tiempo.
Ahora cerca de los cincuenta años, mordida tras mordida, mi cerebro y mi corazón en contubernio se sacuden las telarañas, y recuerdan esa infancia sencilla e irresponsable, en la que se gestaban los derrumbes familiares que hoy nos rodean. Y lejos del lamento, es el acercamiento a la nostalgia, sobre cómo el reencuentro con mi madre a través de un platillo para mi ancestral, me vuelca a recordarla como guardia y protectora de mi sombrío futuro que parecía estadísticamente determinado.

Poema robado

La soledad era esto de Juan José Millás
Dinero, familia nuclear, buena posición social. En teoría no se puede pedir más. Pero nuestra protagonista tiene una epifanía cuando, durante la burocrática muerte de su madre se da cuenta al leer accidentalmente sus diarios, que ambas comparten un gran vacío que se intenta llenar con alcohol, marihuana y un tumor maligno. Una vez las cartas sobre la mesa, se da cuenta de lo sola y miserable que es y es tratada, por quienes en teoría tienen el papel social y filial de ser su compañía.
La visualización de la nueva realidad se da en tercera persona, primero por la visión de su madre ya muerta, pero también por un investigador privado que la describe y le dota un torrente de realidad que solo alguien ajeno puede dar. Le muestra a un marido que ha dejado de serlo desde hace mucho, una hija que la ignora pero que seguro será presa del destino, y un hermano que utiliza el resentimiento social como herramienta para atacarla frontalmente. Es así como se da cuenta que ha estado sola buena parte de su vida, y ahora cuando tal vez algo se gesta en su cuerpo que le acota su futuro, decide aislarse, encontrando así la mejor de las compañías.

Frases robadas
Tampoco deseo hacer memoria para no sumarle nombres a la melancolía
Guillermo Fadanelli – Plegarias de un Inquilino
Bonus track



